domingo, 6 de noviembre de 2016

Tenemos un problema con Malala

En esta manada todos cumplen una función específica, me dice Daniel, quien es el proveedor y líder, el Alfa, claro. Abogado de profesión y amante de la música, tiene una energía muy relajada y le gusta  Amy Winehouse, inmediatamente me cae bien. 

Luego está Kata, la perra mestiza mezcla de Rotweiller, Pastor Alemán con un toque de Cocker Spaniel, que tiene ojos de nobleza. Su función es la protección; cuida la casa mientras el Alfa sale a trabajar. Ladra a través del portón si alguien extraño se acerca, aunque no estoy muy segura qué pasaría si el intruso cruzara la puerta. Me cuesta pensar que sería capaz de lastimar a alguien, a mí ni me gruñó. 

La última integrante de la manada es Malala, la gata bicolor, con ojos azules y rostro dividido perfectamente a la mitad, como Harvey two face. Se nota que tiene entre sus antepasados a un siamés, pero su belleza es única, una mezcla entre tantos gatos que la hace irrepetible. Su función en la manada es menos clara. Tal vez sólo sea que es incomprendida y un poco rebelde. 

Nos sentamos en la mesita del jardín. Kata y Malala nos acompañan y se quedan muy cerca a Daniel. 

-Tenemos un problema con Malala... - me dice Daniel, muy serio. 
- ¿Qué problema? 
-Bueno, Malala no quiere cazar...
- ¿Cazar qué? 
- Tu sabes, cazar... pájaros, un ratón, algo así. Ella tiene que cumplir su función en esta manada. 

Malala acaba de cumplir dos años. Es una gata joven, por lo que hasta ahora el hecho que no cazara había sido disculpado por su edad, diciendo que sólamente era una cachorrita. Pero ya con dos años se puede decir que es una gata adulta que parece no estar muy segura de cual es su plan de vida. Como ese humano de 35 años que apenas se esta dando cuenta que ya es adulto y que debería de sentar cabeza, trabajar, tener un plan, pero que se rehúsa a aceptar la idea. Malala no se ha enterado que se encuentra en este punto de la vida, y se acicala tranquilamente en la banquita cercana mientras Daniel la mira con preocupación. 

-Ha hecho un par de intentos, claro. Me dejó un gecko y un saltamontes en la puerta del cuarto la vez pasada.... -dice, pensativo. 

Le digo que quizás Malala necesita un poco de espacio y tiempo para decidir qué quiere en la vida. Ser cazadora tal vez no sea lo suyo, después de todo. No es bueno que se sienta presionada. Además, tiene que sentir que sus esfuerzos de caza son valorados por la manada. No todos los gatos ni todos los humanos
hacen lo que la sociedad espera de ellos. 

Kata no descuida su posición de protectora al lado de Daniel, y cuando se da cuenta que estamos hablando de ella, se sienta en la silla desocupada de la mesa para ser parte de la conversación. Kata no comprende el significado de el espacio personal y puede ser un poco invasiva, pero siempre esta atenta, cuidando, cumpliendo su deber. Malala descansa en el banquito cercano, integrada a su manera a la actividad social que se lleva a cabo en su casa. 

Pienso en mi manada: Samba, Jazz y yo. ¿Cual es nuestra función? Bueno, supongo que yo soy la proveedora de concentrado, comida en lata y la encargada de limpiar la arena todos los días. También proveo caricias detrás de la oreja cuando ellos lo solicitan y un espacio mullido y calientito para dormir. ¿El alfa? 

Jazz sería el protector, creo. Vigila de lejos a las personas que llegan a visitarme. Atento a la vibra de la gente, sale del confinamiento del cuarto sólo cuando son de su agrado. Veo sus garras y sus colmillos y pienso que tiene potencial, pero me cuesta imaginármelo defendiéndome de alguien. Cuando estoy dormida, Jazz se asegura que siga respirando acercándose a olisquearme y si no respondo, intenta hacerme reaccionar pasándome por encima de la cara. Solo para asegurarse que esté bien. 

Samba, por su parte, es la anfitriona y comité de bienvenida. Me recibe en la puerta cuando llego a casa del trabajo con maullidos y ronroneos. Con mis invitados es igual, sale a recibirlos, maulla y los hace sentir en casa. Luego se restriega en mis piernas un par de veces y se dedica a su función principal: verse regia y adornar con su presencia cualquier espacio que decida ocupar. 

La noche nos alcanza escuchando buena música y platicando. Hacemos una parrilla con costilla de res, costilla de cerdo, hongos portobello con ajo y pescado con hierbas finas y limón que resulta una delicia a las brasas. Lo acompañamos de ron Flor de Caña y dubi. 

Daniel me cuenta que tener mascotas lo ha hecho madurar.  El estar pendiente 365 días al año de dos seres vivos que dependen de ti completamente te enseña muchas cosas. Ser el alfa no es siempre fácil.  Ellas tienen plena confianza en ti, y nunca pensarían en abandonarte o traicionarte. La manada se cuida y permanece unida. 

Contempla a su  mandada que descansa cerca. De repente, nota que Kata tiene algo entre las patas. Se acerca a verificar qué es y se de cuanta que es un pedazo de costilla que Kata consiguió de algún lugar (la parrilla? la basura? no sabemos) y lo disfruta mordisqueándolo. 

-Ya ves?!- me dice Daniel, enojado - Y se lo viene a comer aquí frente a mí! "Vos? Vos no sos el alfa... no sos el alfa pero ni de vos mismo! Mira lo que pienso de tus reglas, humano!"

Daniel finge indignación por la falta de respeto, pero sus voz y sus ojos no tienen nada más que amor por Kata, la perrita que no respeta su autoridad, y Malala, la gatita que no quiere cumplir su función dentro de la manada. 

Yo creo que todas las mandas somos así, un poco disfuncionales, pero llenas de amor. 




lunes, 26 de septiembre de 2016

Una breve historia de amor

Les tengo una buena historia hoy, para levantarles el ánimo. Una historia que es basada en hechos reales y ha sido alimentada por la nostalgia. Como toda buena historia, se lleva a cabo en un lugar espectacular y tiene mucho que ver con el amor. 

Se trata de uno de mis lugares favoritos en el mundo. Un lugar que por más veces que vaya siempre me sorprende y cautiva con su belleza, con esa energía especial y mística que posee, el lago de Atitlán. No importa cuantas veces vaya al lago, siempre que estoy me vuelvo a asombrar por la magnificencia de los volcanes, el lago y la naturaleza. Entiendo que mi opinión puede no ser objetiva,  con eso de que mi perspectiva esta asociada a recuerdos de la infancia y por haber nacido en este país.  Pero vamos, hay gente que viene de todas partes del mundo a conocer este pedacito de la tierra, algo de cierto debe de haber en que es extraordinario. 

La razón que me llevaba al lago en esta ocasión era nada mas y nada menos que una declaración pública de amor: una boda. Una pareja de buenos amigos estaunidenses que conocí, casualmente, en el mismo lugar donde se llevaría a cabo el evento.  Nos hicimos buenos amigos de la manera más loca, platicando en una lancha que atravesaba el lago de Atitlán. Nuestra amistad luego se fortaleció siendo cómplices en viajes y aventuras en Guatemala y Estados Unidos. Así me gustan mis amigos, aleatorios y locos, como yo.





Ellos escogieron el lago de Atitlán como el escenario para su boda de ensueño. Luego me contarían que estaban indecisos entre casarse en Thailandia o aquí, pero que la energía que tiene el lago los movía más. El hotelito es un  hotelito precioso, escondido en uno de los riscos de las montañas que rodean el lago y al cual no se puede llegar de otra manera que no sea en lancha. Es uno de los secretos mejor guardados de las orillas del lago y no les digo como se llama porque quiero que continúe así.  Si no, luego se vuelve popular y no quiero. 

Todo el hotel se rentó un fin de semana completo para la boda y sus invitados. Yo era la única guatemalteca invitada entre todos los gringuitos y me sentía muy orgullosa cuando todos me decían que estaban encantados con el lugar y que entendían por qué era que habían elegido este sitio para hacer la boda.  Y yo solo decía "muchas gracias" y sonreía, mientras pensaba "pff... oveo".

La ceremonia se llevó a cabo en uno de los balconcitos a la orilla del lago, al atardecer. Las flores inundaban todos los rincones y adornaban el tocado de la novia, que se miraba preciosa en su vestido blanco. El novio, muy elegante, trataba de mantenerse fresco debajo de la camisa, chaleco y frac. Las damas iban vestidas de azul y yo, que era la madrina de lazo, un vestido rosa.

Los amigos cercanos de la novia y el novio dieron unos discursos muy lindos, y cuando me tocó a mi pasar a explicar el significado de la ceremonia de lazo y colocársela a mis amigos, estaba super nerviosa. Un minuto antes de que pasara, la dama de honor medio se desmayó y hubo que ayudarla a sentarse y llevarle un vaso de agua. Echémosle la culpa a eso o quizás es que no me gusta hablar en público. Mi explicación fue escueta y poco poética.  A pesar de eso, los novios, estaban felices de incorporar una tradición guatemalteca a su ceremonia de boda.






Hubo brindis, cena y fiesta. Los papás y gente "adulta" se retiraron temprano, pero para el resto de invitados que no queríamos aceptar ya eramos adultos también, la fiesta se extendió hasta las horas de la madrugada. Después de todo, el hotel era solo para nosotros! y estábamos felices. La música estaba a cargo del planificador de la boda, que era guatemalteco por supuesto, y era muy divertido ver a los gringuitos hacer su máximo esfuerzo por tratar de seguir el paso de algunos ritmos latinos como merengue, salsa, y bachata. La presión del público fue mucha, así que hubo que cambiar un poco la tonalidad y poner música pop, rock y techno, mas acorde a la cultura americana.

Así continuó la fiesta, hasta que alguien, no recuerdo bien quién fue, tuvo una genial idea y dijo "Vamos a nadar al lago!"  A lo que todos los invitados, con la valentía que te da el alcohol,  respondieron con un unísono "sí!".  Y bajamos en tropel dispuestos a saltar a las aguas del lago a las tantas de la madrugada.

Personalmente admiro mucho a la gente que en estos tiempos decide casarse. Aquellos que, con los ojos bien abiertos y en pleno uso de sus facultades, sin ninguna razón ulterior, deciden dar ese paso de fe y aventarse al agua. Es valiente, es romántico.  Eso pensaba cuando, bañados por los rayos de luna, vi a la novia quitarse el vestido blanco, al novio quitarse el frac, tomarse de la mano y zambullirse en las aguas del lago de Atitlán. Una linda metáfora para una boda. (Soy una romántica, lo sé.)

Claro, los novios no iban a ser los únicos que se tiraran al agua. Uno a uno los invitados se quitaron los elegantes vestidos y trajes y saltaron a su vez. Cuando me llegó el turno a mi pensé esconderme, pero era demasiado tarde y la novia me llamaba desde el agua. ¿Cómo iba a permitir que dijeran que la única guatemalteca de la fiesta no se tiró al lago? Sabía que el agua estaba fría, pero también sabía que si no lo hacía iba a arrepentirme siempre. Una linda metáfora del amor, del cual no hay que huir sin haberlo intentado. Así que haciendo uso de toda la valentía que pude encontrar y lo más rápido posible, me quité la ropa y salté. 

El agua estaba friísima!! Sentí como instantáneamente se borraban todos los efectos del alcohol  de mi sistema, las concepciones románticas quedaron atrás e inmediatamente me pregunté en qué momento esto me pareció una buena idea. (Una buena metáfora del matrimonio.) Todos los gringuitos estaban felices nadando y jugando en el agua. Medio muerta del frío y casi sin poder respirar nade hacia la orilla y salí.

Nada que no se arregle con una toalla, ropa seca y shots de tequila, vodka y cualquier otra cosa que nos pusieran enfrente. (Aplica tambien para las decepciones amorosas).  No recuerdo en qué momento decidí que ya era suficiente y me fui a dormir.

Al despertar, el lago me recibió espléndido como siempre, con sus aguas tranquilas como un espejo, el cielo azul, los volcanes guapos. Halé una sillita a la orilla de una terraza escondida por ahí y tomé mi café matutino lentamente dándole gracias por existir. Al café, por supuesto.

Las festividades habían llegado a su fin. Todos íbamos a continuar nuestro viaje con diferentes destinos. En el momento en que me despedí de mis amigos, lo hicimos de la forma que siempre lo hacíamos "nos vemos pronto, en una próxima aventura!".  No sabíamos que esta era la última vez en que nos íbamos a ver en muchos años. Sin embargo, los recuerdos de la boda, de las risas, de los momentos que compartimos durante los viajes, las fotos, nuestra amistad, todo eso perdura. Después de todo, la vida se compone de momentos. Momentos que nos hacen sentir vivos, felices y sentir que todo es bello, como una boda a orillas del lago de Atitlán.























domingo, 7 de agosto de 2016

Ten cuidado a quien odias, podría ser alguien a quien amas.

Hace unas semanas me contaron que mataron a un chico a golpes al salir del gimnasio. El no le estaba haciendo nada a nadie, no estaba buscando problemas con nadie, solamente iba a hacer ejercicio. Al parecer, a alguien le pareció ofensivo que el fuera a su mismo gimnasio porque era gay y no se esmeraba en ocultarlo. (¿Por qué iba a hacerlo?) Así que un día, le dieron tal golpiza que lo enviaron al hospital, donde moriría dos semanas después por tan grave lesión cerebral sufrida durante el ataque. Se llamaba Aldo. 

Aunque nunca lo conocí, la noticia de su muerte me puso muy triste. No podía entender como hay gente tan mala, con tanto odio en su corazón y tanta rabia. Me sentí indignada que el motivo de la golpiza fuera su orientación sexual. Según cuentan, había recibido amenazas de parte de algunas personas del gimnasio porque "no querían maricas ahí".  Y estas amenazas, que seguramente el pensó no eran más que bromas pesadas como las que estaba acostumbrado a recibir a diario, un día pasaron de las palabras a la acción, con terribles consecuencias. 

Pensé en mis amigos. Personas con un gran corazón, inteligentes, bondadosos, nobles, amigos como pocos. Personas que trabajan todos los días por el bien de otras personas. Médicos, artistas, atletas, ingenieros. Personas como cualquier otra que, casualmente, son gay.  Personas nada más. Con sus defectos y virtudes, con sus buenos y malos ratos, como  yo.  

En mi mente no cabía la idea que alguien fuera tan superficial como para juzgar a otra persona debido a su orientación sexual y sentirse con el derecho de matarlo a golpes. No podía concebir la idea que esto sucediera hoy en día. 

Al comentarlo con algunos amigos y amigas, la mayoría estaban tan consternados como yo. Sin embargo, me sorprendió escuchar algunos comentarios como "Es que se pelan, ahora ya hasta andan por ahí agarrados de la mano..." "Yo no tengo nada en contra de los gays, pero..." (Detente ahí. Nada bueno puede venir después de ese "pero").  Y me sorprendió más escuchar estos comentarios de personas con un alto nivel educativo y cultural. 

Respiro profundo y pregunto ¿No tienen derecho a agarrarse de la mano en la calle? ¿Le hacen algún daño a alguien? ¿Qué hay de sus otras características? Nadie habla de si Aldo era una buena persona, o de si era bondadoso. Nadie menciona si tenía un buen sentido del humor o si le gustaba la música. No se habla de si era un buen trabajador, responsable, amable y querido por sus compañeros de trabajo. No se dice si rescataba animalitos abandonados de la calle y en sus ratos libres reforestaba bosques plantando arbolitos. No. Los comentarios se reducen sólamente a su orientación sexual. Y, aclarando, no es que una persona tenga que ser un ángel para que su muerte sea lamentable. Sino, más bien, debemos recordar, por más absurdo que parezca tener que recordar esto, que el valor de la vida de una persona no responde a sus virtudes y defectos, sino al simple hecho que es un ser humano.

Recordar que como seres humanos  todos tenemos el mismo derecho a vivir, a ir y venir, a hacer ejercicio donde nos plazca, a tomar de la mano a quien mejor nos parezca. Que nadie nos debe juzgar por la manera en que nos vestimos o peinamos, o por algo tan personal y privado como lo que sucede en nuestra alcoba.  Que tenemos derecho a vivir tranquilamente y sin miedo. 

A nuestra sociedad le hace falta tolerancia y respeto. A nuestra sociedad le hace falta esos valores que muchos pregonan defender. Los comentarios homofóbicos no son inofensivos, son el inicio de una agresión. No deben ser considerados "solo una broma" porque aceptémoslo, hace tiempo dejaron de ser chistosos. 

Lo único que puedo pensar cuando escucho a alguien hacer algún comentario homofóbico es "No sabes lo que estás hablando" y en algunas ocasiones les hago la incómoda pregunta "¿Pero vos tenés algún amigo que sea gay?" Esto muchas veces los toma por sorpresa, y los hace pensar. La mayoría dice que no, ya sea porque no saben que tienen uno o varios amigos gay o porque cuidadosamente lo evitan.  

Entonces pienso: Si ellos conocieran a mis amigos, esas personas tan lindas que tengo la dicha de contar entre mis buenos amigos, si ellos se dieran la oportunidad de ver más allá de un prejuicio impuesto por la tradición o por la sociedad y pudieran apreciar a la persona sin importar los calificativos superficiales que le han dado. Si ellos pudieran dejar atrás ese miedo que le tenemos a lo diferente o desconocido, entonces esta sociedad sería un poquito mejor, un poquito más libre y un poquito más feliz. 

Me dicen que no y yo les digo "No que vos sepás, porque si alguno de tus amigos es gay nunca te lo va a decir". Eso los hace sentir bastante incómodos y algunos se ríen nerviosos. Ten cuidado a quien odias, podría ser alguien a quien amas. Un amigo de la infancia, un tío que siempre te ayudó, una amiga que ha estado contigo en las buenas y en las malas. ¿Acaso no amarías igual a tu hermano, a tu hermana, o a un hijo que te dijera que es gay? Si tu respuesta es "no", deberías buscar muy dentro de tí y ver en qué momento se te apagó el corazón. 

Admiro la valentía y fuerza que se requiere para ser abiertamente homosexual en esta sociedad. Para soportar los comentarios, las miradas, el rechazo, los ataques. No puedo imaginar el camino que les ha tocado recorrer. Y aún así están entre las personas más felices, divertidas, amorosas y positivas que conozco. 

Sigamos adelante amigos, tenemos mucho que aprender. No nos rindamos. El mundo gira en la dirección correcta y habemos muchos que estamos con ustedes, los defendemos y apoyamos. 





















martes, 26 de julio de 2016

De cuchillos y Gatos

Era un primero de Noviembre, yo todavía era estudiante de medicina y estaba muy contenta de poder levantarme tarde por el feriado. Me levanté a eso de las 10 am y bajé a la cocina por café y a ver qué había de desayuno.

Encontré a mi mamá haciendo huevitos revueltos y me dijo "-¿Querés unos frijolitos? Pero sólo hay de lata..." Le dije que estaba bien, y me ofrecí a ayudarla a hacerlos. Después de todo,  la acababan de operar del túnel del carpo, y tenía puesta una muñequera que no la dejaba mover bien las manos. Faltaba más.

Saqué una lata de la alacena y me dispuse a abrirla. Mi mama me dijo "-Dejáme abrirle unos hoyitos abajo para que le entre aire y salga mejor... solo sostenéme la lata en lo que yo se los abro con un cuchillo..." Debí haberlo visto venir, pero mi inocencia y completa confianza en mi madre  me lo impidieron.  Llevábamos ya cuatro hoyos en la lata suficientemente grandes para que entrara el aire y salieran los frijoles, pero mi mamá seguía insistiendo, y a la quinta puñalada me ensartó el cuchillo en la mano.

Dí un grito, en parte porque me dolió bastante, en parte por el susto.  La sangre comenzó a brotar, escandalosa. Pero la que más escándalo hizo fue mi mamá, al borde de un ataque de histeria.

"-¡Nena!! ¡Tu mano!"  E inmediatamente rompió a llorar, llevándose las manos a la cara y gritando. Yo me intenté hacer presión en la herida y puse la mano bajo el chorro del lavatrastos. Mi mamá seguía gritando "¡Tu mano! ¡Ay Dios mío! ¡Tu mano! ¡Perdonáme mija! ¡Tu mano!"  Y yo, al ver la reacción de ella, intentaba tranquilizarla "Tranquila mama, no me duele, no pasó nada, tranquila..." mientras me lavaba la herida en el agua.

Los gritos provenientes de la cocina se escucharon en toda la casa, claro está.  El primero en acudir a ver qué pasaba fue el gato, Pepe le Pew,  a quien seguramente le interrumpimos su siesta matutina, cosa que odiaba. Inmediatamente después llegó mi papá, quien estaba por ahí leyendo el periódico.

Asustado por los gritos preguntaba "¿Que paso?!  ¿Que fué? ¿Que pasó?" Pero el llanto incontenible de mi mamá no la dejaba explicar qué había sucedido y solo me señalaba a mí y decía "¡la nenaaaa...! la nenaaaaa!" Y mi papá gritaba su vez, "¡Pero qué pasó Mary?! ¡Que pasó?!"

Mi papá gritaba de un lado, mi mama gritaba y lloraba del otro. Pepe le Pew, estaba alterado y muy confundido respecto a lo que sucedía. Seguramente pensó que mi papá le estaba haciendo algo a mi mamá porque acto seguido se le tiró con todas las ganas a morderlo y ensartarle las uñas en la pierna.

"-¡Ahhh! ¡El gato me ataca!!" gritaba mi papá y trató de defenderse pegándole con un trapo de cocina que estaba a la mano.

"- ¡No le pegués al gato!!" mi mamá defendía al gato mientras éste seguía prendido de la pierna de mi papá con sus uñas y lo mordía.

 "-Pero me está atacando, Mary!!" mi papá,  mientras libraba una batalla contra Pepe y su instinto de protección con tan sólo un trapo de cocina para defenderse.

A todo esto, yo seguía con la mano sangrando debajo del chorro de la cocina. Intentando calmarlos a todos, sin lograrlo, claro.  

Finalmente, mi papá logró desprenderse al gato de la pierna (o Pepe desistió de defendernos, no sé.) y llegó a ver qué me había pasado.  Le conté lo que había sucedido. Mi mamá ya había ido por unas gasas para taparme la herida, aunque seguía llorando y lamentándose. Pude ver que la herida sí era un poco profunda y se iba a necesitar que la suturaran.

Mi hermano se había ido de fiesta la noche anterior, y estaba un poco indispuesto esa mañana. Pero al oír los gritos de todos en la cocina se levantó a ver qué era la conmoción. Vio a mi mamá llorando amargamente, a mi papa con la pierna llena de arañazos  y a mí con una cuchillada en la mano. Ha de haber pensado "Será que todavía estoy borracho?" Aun así, trató de tranquilizar a mi mamá y ayudar a mi papá a ver si el gato no le había mordido o arañado muy duro la pierna.

Todos juntos nos fuimos al hospital, donde el que en ese tiempo era mi novio, era el cirujano de turno, para que me suturara la mano.  En todo el trayecto al hospital mi mamá seguía llorando y disculpándose, mientras yo la consolaba.

Cuando llegamos al hospital y vi a mi novio, la que se puso a llorar fui yo (no me había dado chance de llorar durante todo el relajo) mientras él, muy poco impresionado por la herida, me miraba con incredulidad cuando yo le contaba cómo había sido el accidente. Afortunadamente, el cuchillo no tocó ningún nervio, tendón, vena o arteria. Así que la sutura fue rápida y sin complicaciones.

Al salir del hospital, ya todos más tranquilos, dispusimos pasar comprando pan para comer con el Fiambre. Todo este embrollo nos hizo dejar los frijoles sin freír, los huevos sin hacer y salir sin desayuno. Ya teníamos hambre.

Pasamos a una panadería cerca de la casa, y ninguno pudo contener la risa cuando una vendedora ambulante se le acercó a mi mamá y le pregunto:

"-Señora, ¿no quiere comprar cuchillos?" a lo que mi mamá solo se alejó lo más rápido que pudo medio riendo y medio llorando. 






























domingo, 10 de julio de 2016

Consejos de un Gato para tu Vida

Los gatos son excelentes consejeros. Son maestros Zen que cohabitan con nosotros despidiendo sabiduría si los sabes observar. Aceptémolo, nadie te puede dar mejores consejos de cómo disfrutar la vida en plenitud mejor que un gato.

Primero, come bien y duerme mucho. No comas cualquier cosa, se exigente con lo que comas. La comida debe ser fresca, de buena calidad, ni muy fría, ni muy caliente. No comas lo mismo todo el tiempo, debes introducir nuevas comidas a tu dieta regularmente. Invade el plato que han dejado por descuido en la mesa, de ser necesario. Una palomilla que quedó a tu alcance no estaría mal, tienen mucha proteína. La vida es demasiado corta para comer lo mismo todo el tiempo.

Duerme. Nada malo le ha pasado a nadie por dormir. El descanso es vital para mantener tus sentidos agudizados y para que tu mente funcione al cien por ciento. Evita que te arruges prematuramente y mejora tu humor. Los humanos necesitan de seis a ocho horas de sueño al día, los gatos pueden dormir el doble. Quizás sea esa la razón por la que nunca he visto a un gato arrugado. (Excepto esos gatos sin pelos que parecen ratas. Un gato que parece rata: un oxímoron.)   

Ejercítate. Corre de un lado a otro sin razón aparente hasta que te canses. Luego tírate el el piso y descansa. Escalar quema muchas calorías. Comprueba tus límites escalando hasta el punto más alto a tu alcance aunque después no sepas bien cómo bajarte. Improvisa un salto para bajar, no necesariamente debes caer de pie,  nadie es perfecto y se te perdona porque eres humano.

Déjate consentir. Una caricia detrás de la oreja o en el mentón. Un masaje en la espalda o que te rasquen la panza una o dos veces, pero nunca  más de tres o tienes derecho a defenderte. La compañía tranquila de quien te quiere siempre cae bien y te hará sentir feliz. Sé selectivo; escoge estas personas cuidadosamente y no demuestres tu afecto a cualquiera. Una vez seleccionados, puedes ser muy cariñoso y hasta masajearlos de vuelta.

Juega. Cualquier oportunidad es buena. Hasta las cosas mas pequeñas se pueden volver un juguete entretenido. Una piedra, un palillo de dientes, una bolsa plástica. Solo debes ser creativo en su uso y no tomarte demasiado en serio.  ¿Encontraste un pelota? Persíguela por toda la casa tratando de evitar que se vaya debajo de algún mueble que no te permita alcanzarla luego. ¿Hay una palomilla que entró a tu casa atraída por la luz y está a tu alcance? No te rindas hasta atraparla. (Véase consejo uno).  
Relájate. Los gatos son maestros de disfrutar los pequeños placeres de la vida. Toma una buena siesta bajo el sol de la tarde y al despertar, desperézate largamente antes de hacer cualquier otra cosa. Aprecia la quietud del atardecer desde tu lugar favorito al menos una o dos veces por semana o sal en la noche fresca a contemplar la luna.  Maullar es opcional.

Y por último, manda a todos al carajo. Si algo te molesta, vete. Si alguien te cae mal, aléjate. Si necesitas tiempo solo, tómate el que necesites. Si no quieres hacer algo, no lo hagas. Si alguien te ofende, aráñalo o tírale una bola de pelos. Que no te importen demasiado los problemas que no está a tu alcance resolver y sobre todo que no te roben tu paz y tu felicidad.








sábado, 18 de junio de 2016

Un Año en el Paraíso

Viví un año en Petén. Fue durante el EPS de la maestría, donde te envían a lugares del interior de la república para llevar especialistas a lugares donde muchas veces no hay o son muy pocos médicos para atender a mucha gente.

Escogí irme lejos, no me importó que estuviera a 7 horas de la ciudad capital. Algo tuvo que ver que mi novio en esa época era de Belice. Y aunque terminamos al mes de yo estar allá, nunca me arrepentí de esa decisión, todo lo contrario.

En la San Carlos, hacemos dos EPS "Ejercicio Profesional Supervisado" aunque de supervisado no tiene nada, estás ahí solo haciendo lo mejor que puedes con lo que sabes.  Uno de seis meses cuando nos graduamos de médicos y uno de un año cuando nos graduamos de la Maestría. Mucha gente lo resiente como un tiempo donde van a sufrir estando lejos de su casa, de su comodidad, de la ciudad. Para mí, fue un tiempo inolvidable.

Recuerdo que llegué a Petén con mis pocas pertenencias subidas en un pickup. Mi cama, mi tele, una mesa de madera con cuatro sillas, una estufita pequeña. Mi casa  era un huevito cuadrado. tenía una mini cocina, sala-comedor pequeña, un baño y dos cuartos. Aunque era pequeña, yo no necesitaba mucho espacio y mis cosas quedaban bailando.  Quedaba en un lugar tranquilo de Santa Elena y estaba a 5 minutos del hospital. 

Conocía a un par de los demás médicos que iban de EPS. Algunos habían sido mis compañeros en la universidad, pero no podía decir que fueran mis amigos cercanos.   Era difícil socializar en el hospital, el trabajo era bastante y pasaba en mi oficinita casi todo el día. Tenía una pequeña camilla, un escritorio, el aparato del ultrasonido y nada más. Bueno, tenía algo más que era muy importante y hacía toda la diferencia: aire acondicionado. Repentinamente me volví muy popular entre los otros EPS. Llegaban a visitarme usualmente a eso de medio día cuando el calor pega y urge refrescarse un poco.  Me gusta pensar que no era sólo por el AC que llegaban, sino también por mi agradable plática y sentido del humor. Tal vez tenía algo que ver que tenía una cafetera y que procuraba tener café fresco y galletitas cuando llegaran.

Así nos hicimos buenos amigos y pasábamos bastante tiempo juntos fuera del hospital. Intentamos ir al gimnasio juntos, aunque con los 35° C que hacían era un poco difícil, entonces luego íbamos a nadar que era refrescante y más alegre. Los fines de semana aprovechábamos a salir a pasear a lugares cercanos. Petén tiene tantos lugares que conocer y pareciera que cada uno es un secreto muy bien guardado entre los pobladores del lugar. 

Mi amiga Lucy tenía una camioneta Trooper que nos llevó y nos trajo a todos lados, entre las carreteras algunas veces de tierra y con lodo. Llevábamos una canastita de picnic llena con atún, galletas, fruta, y vino de caja, por aquello que una botella de vidrio se rompiera, no nos podíamos arriesgar.  El traje de baño, el bloqueador, los lentes de sol, las sandalias y listo. Cada fin de semana íbamos a un lugar nuevo, cantando una canción cada uno, porque la camioneta no tenía radio. 

Nos gustaba ir especialmente a nadar en el lago del lado del Remate, en uno de los hotelitos más mágicos del lugar, el Gringo Perdido. El lago Petén Itzá a diferencia del lago de Atitlán tiene aguas cálidas, donde puedes nadar mucho tiempo y refrescarte. Nos apoderábamos de las hamacas del lugar y mirábamos pasar el día platicando de cómo íbamos a cambiar el mundo, hasta que se nos acababa el vino o cayera el sol. 

Las puestas de sol en el lago son bellas, pero me gustó especialmente una vez que nos quedamos hasta tarde en la noche y vimos las estrellas. El cielo despejado, nosotras tiradas en el muellecito sin ninguna preocupación en la vida. Solo el cielo y una sensación de felicidad plena. No recuerdo cuantas estrellas fugaces conté, fueron varias. 

Mi papá me llegó a visitar cuando estaba allá. Nunca me imagine que mi viejito a los 80 años fuera a llegar a verme. Pero fué. Y no sólo eso, nos siguió el paso en todo lo que lo llevamos a hacer. Lo llevamos a Tikal, a caminar por la selva,  lo llevamos a hacer picnic con atún y vino de caja, y hasta se metió a chapotear en el lago. Estaba encantado con la belleza del lugar, con la selva, con los ruidos de los pájaros. Y yo encantada de verlo a el ahí feliz, en medio de la nada. No cabe duda que mi espíritu aventurero lo heredé de él. 

Es difícil describir lo que sentía cuando estaba nadando en el lago Petén Itzá. El agua te abraza, te acaricia, es delicada, tiene una energía especial.  Casi puedes sentir cómo te conectas con toda la naturaleza a tu alrededor. Te sientes parte del lago, parte de la selva que lo rodea, hermana de los animales que viven ahí.  

De alguna manera sentía que ese es el estado natural de la vida. Así debería ser. Sin complicaciones, sin lujos, sin tecnología, sin más de lo necesario. 

Solamente el sol en tu cara, el agua tibia, el aire puro. Escuchar el sonido de los pájaro y si tienes suerte, ver a los monos aulladores que visitan el agua tal vez para hacer lo mismo que haces tu, disfrutar  de la vista y chapotear en el lago. Ese lago que ha estado ahí tanto tiempo antes que tu y estará mucho más tiempo después que tu ya no estés. 

Por eso me costaba tanto desprenderme de ese lugar, de ese sentimiento. Siempre que me iba me decía a mí misma que iba a regresar pronto, el otro fin de semana. Y así pasó un año antes que me diera cuenta. La amistad que surgió a orillas del lago continúa hasta el día de hoy, ahora con otros muchos recuerdos de viajes y risas que hemos compartido.  

Y a pesar de que pasen los años el recuerdo de esos días en Petén sigue fresco en mi memoria. Es mi lugar feliz al que me transporto si me siento agobiada por la ciudad o por el trabajo. Solo cierro los ojos y puedo sentir el aire fresco, el agua del lago, la paz, las risas de mis amigos, y vuelvo a sonreir. Creo que tengo que planear un viaje para allá pronto. 

















jueves, 2 de junio de 2016

Samba y su primer vida perdida

Era un viernes como cualquier otro en el que salgo  del trabajo y me voy a mi casa huyendo del tráfico, antes de que sean las 5 y quede definitivamente atrapada entre  el caos.  Llegué a casa, saludé a mis gatos, Samba y Jazz, quienes siempre me salen a recibir cuando llego.  Puse música, destapé una botella de vino dispuesta a relajarme. ¿Qué mejor manera de celebrar que terminó la semana laboral?  Se me ocurrió cambiar el rótulo de la pizarra del bar, ya es hora de borrar el viejo.

Abrí el balcón porque había mucho calor. Una de esas tardes antes que empezara a llover. Mis gatos, fieles compañeros, me seguían a todos lados. Acababa de borrar el rótulo viejo de la pizarra y lo puse en un banquito cerca del balcón, donde los gatos olisqueaban mis plantitas mientras yo los vigilaba de reojo.  Pensaba qué frase poner y qué dibujo, cuando oí un sordo “ssstum”. Volteé a ver y ví a Jazz, mas no a Samba, levante la vista buscándola dentro del depa, y no estaba. En seguida pensé que se había caído del balcón, pero al mismo tiempo me negaba a creerlo. “No puede ser, no puede ser, no puede ser”. Repetía, pero no estaba. “-¿Samba?! –¿Samba?!” la llamé y no obtuve respuesta. Bueno, realmente casi nunca obtengo respuesta, a menos que los llame con la latita de comida en la mano. En ese momento me dio un micro infarto y entré en pánico. Me asomé al balcón esperando lo peor, después de todo, vivo en un quinto nivel y por más ágil que sea un gato, no creo que sobreviva una caída desde esa altura. Si no se muere, por lo menos se fractura o se lastima la cabecita.  Reuní fuerzas y vi hacia abajo. No había nada hasta el primer piso. Y en eso la escuché, maullándome desde el balcón del vecino del piso inmediatamente inferior.


“-¡Samba! ¿Qué haces allá abajo?! ¿Cómo te caíste?!- gritaba yo histérica. Y Samba, histérica, maullaba desde el balcón del vecino yendo y viniendo, tratando de encontrar  la puerta, según ella. Me volteaba a ver y maullaba. Por un momento no supe que hacer. Bajé corriendo  al apartamento de abajo, rogando que el vecino estuviera en su casa. Toqué la puerta insistentemente, y nada. Podía oír a Samba maullando desde el balcón. ¿Qué hacía? Bajé, histérica,  a la recepción del edificio de  apartamentos donde vivo a preguntar por el vecino. Los guardias me informaron que el vecino no estaba, y que venía usualmente tarde. Ellos ya están acostumbrados a mis incidentes gatunos y aunque me vieron alterada, no podían hacer nada. Les pedí que llamaran al vecino para informarle que mi gatita se había caído a su balón. Me dijeron “-El señor es de Korea, no mucho habla español.”  "¿Que qué?! De Korea?! No puede ser! Mi gata se cayó en el balcón de un Koreano come gatos! " Pensé.  Ante mi insistencia, los guardias llamaron al que da ahora en adelante nos referiremos como “El Koreano come gatos”.  Parece que no entendió lo que sucedía porque solo dijo “No entender. Llamar después” Si cómo no. Más tarde cuando ya haya cocinado a mi gata al ajillo.

Subí a mi depa ya que no había más que pudiera hacer. Al llegar me asomé al balcón y otra vez encontré Samba viéndome desde abajo, maullando histérica solamente interrumpida por los maullidos histéricos de Jazz dentro del depa. “-Ya voy a llegar por ti, mi amor, ya voy… tranquila” Le gritaba desde mi balcón para consolarla. Ella maullaba de vuelta y me miraba como preguntándome “¿Por qué estoy aquí todavía? ¿Por qué no has venido por mí?”  Seguramente los otros vecinos se estaban muriendo de la risa.

En seguida mandé mensajes a mis amigos, mejor conocidos como mi “grupo de apoyo”,  donde seguramente sonaba como que estaba al borde de una crisis nerviosa. Les escribí a todos aquellos que supe les importaría si algo le pasara a Samba. Samba es muy popular entre mis amigos, así que fueron varios. De cariño la bautizaron “La Gata del Gueto” por haberla encontrado en la calle vagando. Ella tiene barrio y lo refleja en su personalidad.  Unos de ellos me llamó para preguntarme qué había pasado, si estaba bien. “Samba es la Gata del Gueto, es fuerte, vas a ver que todo bien.” Otros me dijeron “Vamos para allá”. Lo sé, mis amigos son geniales, y están igual de locos que yo. O quizás es que saben que yo estoy loca y querían evitar que me tirara del balcón tratando de rescatar a Samba.

Contemplé seriamente tirarle una sabana con nudos para que ella escalara, pero me dio miedo que se cayera. Tal vez una canastita con una cuerda, pero no tengo la canastita, ni la cuerda. Lamenté no tener conocimientos o equipo de rappel y no poder bajar por ella. A todo esto, Samba ya no estaba maullando como alma en pena, sino se había echado resignada en el balcón a esperar. Al igual que ella, no tuve más que disponerme a esperar a que regresara el Koreano come gatos.

Recordé el vino que había abierto. Triste y preocupada, aunque después de todo, sedienta, regresé al bar. Vamos, la culpa no es del vino. Y así, con vino en mano, esperé. Las tres horas más largas de la corta vida de Samba transcurrieron en ese balcón desconocido y frío.  Llegaron tres de mis amigos y trataron de consolarme. Les dije que me sentía una mala madre. Pensé en lo que eso decía de mis habilidades para cuidar de otro ser viviente; realmente dejaba mucho qué desear.   Ellos me dijeron que no fuera tan dura conmigo, que los accidentes pasan.  No sé.

De repente, recibí a llamada de la recepción informándome que el Koreano comegatos ya había llegado a su casa. Bajamos en comitiva a traer a Samba. Tocamos la puerta, y el Koreano  se mostró algo sorprendido de ver a 4 desconocidos en la puerta de su casa, a las 9 de la noche. Yo intenté explicarle que mi gata se había caído en su balcón, pero ni en español ni en inglés me entendía. Y yo solo repetía “Gato. Balcón. Gato. Balcón.” Señalando el balcón.  El Koreano comegatos me dejó pasar a mí y a mi comitiva  y abrió la puerta del balcón. Samba entró inmediatamente y yo la abracé. Dicen mis amigos que ni siquiera le dije gracias al vecino, sino solo me salí de la casa con la gata en los brazos. Ella maullaba incansable como dándome la queja, tanto, que pensé que quizás se había lastimado y le dolía cuando la cargaba.

Llegamos al depa. La puse en el piso e inmediatamente cambió el maullido por un delicado “miau”, usual en ella.  La observamos y no parecía estar lastimada. Cinco segundos después estaba acicalándose en su banquito preferido como que nada.

Todos nos sentíamos muy aliviados de que Samba estuviera sana y salva, nos reímos, aunque le advertimos que había perdido su primera vida. “Sólo te quedan seis, Samba, tienes que tener más cuidado de ahora en adelante”. Ella no pareció inmutarse y siguió acicalándose como si nada. Y mis amigos y yo, abrimos otra botella de vino para brindar por las otras 6 vidas de la Gata del Gueto. 




jueves, 26 de mayo de 2016

Soltera y sin hijos en el Día de la Madre



Acaba de pasar el día de la madre. Usualmente no soy muy de celebrar cosas comerciales como este, el día del padre, el día del cariño. Simplemente porque siento que es algo impuesto con fines comerciales y soy rebelde. Más o menos. La verdad sí salgo a comer con mi mama y mi papa, porque ellos no tienen la culpa. 

Fui a trabajar como siempre, ya que no tengo feriado porque no soy mamá. Agradecida porque había menos tráfico del usual y con mi café en la mano, entré a la oficina deseándole feliz día de la madre a las secretarias, enfermeras, y a todas las mujeres que sabía eran madres. Mi sorpresa vino cuando al yo desearles feliz día de la madre ellas, cortésmente, me lo desearon de vuelta, y sin reparos les hice la aclaración que no soy madre. Algunas solamente sonrieron, otras me preguntaron por qué no y no faltaron quienes me dijeron “va a ver que ya pronto”. Acostumbrada a que la gente opine respecto a mi vida personal y mis decisiones, no lo tomé a mal y proseguí con mi día.

El día estuvo muy ocupado, a pesar de ser feriado, y en varias ocasiones las pacientes también me felicitaron por ser mamá. Algunas se apenaron cuando les respondía que no soy mama y cambiaron el tema de conversación nerviosamente.

Entre mis amigos cercanos no faltaron las felicitaciones de “feliz día de las mamasitas” o algunos memes de “Feliz día de la madre a las mamás de hijos con 4 patas”.  Me hizo pensar, ¿Es necesario? ¿Realmente necesito que me digan “mamasita” y me feliciten por ser el día de la madre? ¿Celebro el día de la madre porque tengo 2 gatos? Es cierto, amo a mis gatos y son mis consentidos, pero ¿realmente debo esperar que me feliciten el día de la madre por ellos? A mí no me parece que sea así. Y no es que tenga nada de malo, o que mis amigos lo hayan hecho con otra intención que la de “bromear” o la de no desaprovechar la oportunidad de mandar un meme chistoso.

Pero es que el hecho es que no soy mamá. No soy mamá por tener gatos o por tener perros. No soy mamá y eso está bien. Vamos, yo puedo no ser mamá por cantidad de factores y razones a cuales más variados, y eso está bien. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar eso? ¿Por qué sienten la necesidad de desearme feliz día de la madre “al menos de dos gatos”? como si fuera premio de consolación,  o de decirme “pero va a ver que ya pronto”?

Estoy contenta con mi vida como la llevo hasta el día de hoy. No soy mama,  ni el día de la madre ni los otros 364 días del año, y estoy en paz con esa decisión. Soy profesional, soy amiga, soy hija, hermana, soy muchas otras cosas que me llenan de alegría. No me hace falta que me digan feliz día de la madre el 10 de mayo, al igual que no me hace falta que me digan feliz día del abogado el día de los abogados.

Todo esto hubiera sido pasado por alto, si no llega la tarde y un médico un poco mayor que yo llega a mi oficina a darme las gracias por un favor que le había hecho anteriormente y, sorprendido cuando le dije que no soy mama, tuvo a bien darme su opinión y algunos consejos. Entre las frases ya bastante familiares para mi “no está casada? No tiene hijos? Pero tiene novio? Por qué no?  Pero ya mero?” así, una tras de otra, se sumaron las de “pero por qué las profesionales modernas son así? Lo que pasa es que ustedes las especialistas son muy exigentes y por eso no encuentran a nadie a su nivel.”  Le dije lo más cortésmente que pude que de hecho, sí, somos muy exigentes porque tenemos mucho que ofrecer. A lo cual él se rió y me dijo que no fuera tan exigente o me iba a quedar sola. Le dije que era decisión de cada quien y que cada quien tenía sus prioridades, dando por terminada la conversación. A manera de quedar bien conmigo me dijo “usted es muy atractiva doctora, pero pone una barrera e intimida a los hombres, por eso no se le acercan”. Simplemente sonreí y opté por no contestar.

Entonces, veamos si entendí bien. Para que se me acerquen los hombres y no se sientan intimidados, tengo que ser ¿qué exactamente? Ser menos exigente, o sea conformarme con alguien que no me parezca atractivo, alguien que no me parezca interesante o quizás alguien que no me trate bien.  Tratar de no mencionar que soy especialista, porque eso intimida a los hombres. Las mujeres profesionales que ganan mejor que su pareja tienen muchos problemas, los hace sentir mal. Quizás ser menos independiente, disimular que me gusta ir y venir cuando quiero y tomar mis propias decisiones, a los hombres no les gusta eso. Decir lo que pienso aun llevándole la contraria a mi pareja no se ve bien, especialmente si es en público, lo mejor es quedarse callada y hacerse la tonta. En resumen, lo que me piden, es que sea menos. Menos exigente, menos independiente, menos inteligente, menos segura de mí misma, menos para que el hombre se sienta que es más. 

Tal vez no, muchas gracias. Bastante me ha costado llegar hasta donde estoy. Muchos años de estudio, muchas batallas personales y con la sociedad para ser quien soy, independiente, y quizá un poco contestona. Pero así me gusto. Y yo no quiero un hombre que me tenga que hacer sentir menos para sentirse bien consigo mismo. Quiero un hombre que sepa que soy mucho, que me valore y me aprecie, y por qué no, hasta se me presuma y se sienta orgulloso de quien soy.

Michael Reid escribió un pequeño poema al respecto y dijo “mientras más se encontraba a sí misma, sentía menos necesidad de encontrar a un hombre que la hiciera sentir valiosa. El trabajo de un hombre no es darle una corona a la mujer, sino simplemente respetar la que ya tiene”.

¿Podemos empezar por respetarnos a nosotras mismas? ¿Podemos respetarnos unos a otros? Creo que respetar las decisiones de cada persona es esencial. El ser madre es una de las decisiones que es completamente personal. En mi opinión, debe ser considerado un privilegio, y no una obligación. Dejemos a un lado la escala global de superpoblación, falta de recursos, y calentamiento global. Es una decisión trascendental para la vida de toda persona, ya sea hombre o mujer,  y no debe ser impuesto ni debe juzgarse a la persona que decide no serlo.

Pero todavía nos hace falta mucho como sociedad. El doctor que llegó a mi oficina a darme todos estos consejos todavía piensa que me hizo un favor. ¿Se vería igual si yo llego a su oficina a preguntarle cosas personales? A preguntarle si está divorciado, que por qué se divorció o si piensa casarse de nuevo. Apuesto que no. Esas cosas no se preguntan a un total desconocido, porque son personales.

En mi experiencia, y en la experiencia de varias amigas de mi edad, este tipo de comentarios es muy común,  viene de todos lados, y es constante. He aprendido a lidiar con él con una sonrisa y a no dejar que me haga pasar un mal rato. Sin embargo, creo que la denuncia es importante. No quedarme callada respecto a esto también hará que la sociedad lo empiece a ver como lo que es: un tipo de acoso.

Sé que la mayoría de las personas no entienden cómo una mujer puede escoger no ser madre. Si es algo tan bello, algo que te da tanta felicidad, que te pinta la vida de colores. Sé que no lo hacen con mala intención. Después de todo, es su concepto de felicidad y ellos desean que seas feliz.

Gracias, en serio. Soy muy feliz con mi vida. Soy feliz con mis sobrinas, con mis amigos, con los hijos de mis amigos, con mis mascotas, también con mis viajes inesperados y saliendo de fiesta. Si algún día la vida me permite ser madre, lo consideraré un privilegio y será un viaje muy interesante, seguramente. Si no, simplemente será otro tipo de vida.  Y eso está bien.

La vida te enseña que hay muchas batallas que tienes que luchar para ser quien quieres ser, para tener voz. Mantenerse fiel a sí mismo es uno de los retos más grandes. Estar en paz con nuestras decisiones y nuestra vida es en sí un privilegio del que no todos gozan.

Quizás el año entrante esta historia se repita, es lo más seguro. Sin embargo, sé que el cambio es posible. Quizás si empezamos por dejar de felicitarnos unas a otras por ser “mamasitas” y “mamás de hijos con cuatro patas” y simplemente aceptamos que no somos mamás y es una decisión totalmente respetable.

Quizás el año entrante tenga que tomar 2 tazas de café en vez de una y simplemente sonreír.











lunes, 23 de mayo de 2016

Mesa para uno



Si alguna vez me ven en un restaurante probablemente seré la mujer sentada sola en la mesa de la esquina. Leyendo un libro, quizás. Si no, absorta en mis pensamientos u observando a los comensales a mi alrededor.  

Cuando llego a un restaurante a comer  y me ven entrar sola la pregunta usual  es  “¿Ya la esperan?”   No, la verdad es que me gusta comer sola. Tiene un atractivo especial el poder tomar un descanso del trabajo, de la conversación, de la tecnología y de la interacción social. Tomar un descanso para poder  relajarte y ordenar tus pensamientos.  Dependiendo del día puede ser la única oportunidad que tenga para visitar al libro que de otra manera seguiría abandonado, esperando, paciente, que lo retome.  O el único momento de silencio en una ajetreada mañana.  

Cuando éramos niños nos enseñaron que lo deseable era tener muchos amigos y jugar con ellos durante el recreo.  Era feo cuando te mandaban a hacer parejas en clase y  te quedabas solo.    Si escogías estar solo, seguro era que te sentías mal o te pasaba algo. Parecía que estar sólo siempre era la última opción.

Y es que a veces pareciera que el mundo está hecho para dos. O eso nos han querido hacer pensar. Entradas al cine dos por uno, helados dos por uno, segundo plato principal a mitad de precio, segunda copa de vino gratis. Bueno, la segunda copa de vino nunca ha sido un problema, la verdad.   Pero ¿y qué hay de las cosas que se disfrutan en la soledad? Ir al cine y no negociar qué película vas a ver, o no tener que compartir las palomitas. La lectura. La música. Cantar a voz en cuello en la ducha. Un baño caliente. Un baño caliente con música a todo volumen mientras cantas a voz en cuello. 

No me malinterpreten, tengo muchos amigos  y me encanta compartir con ellos. Me gusta mucho el tiempo en pareja. No soy antisocial. Pero creo firmemente  que hay una magia muy hermosa que sólo se encuentra en el tiempo que pasas a solas.  Los pensamientos que tienes en tu intimidad, pueden resultar de lo más interesantes. Si los contemplas y analizas, quien sabe, quizás puedas aprender algo nuevo sobre ti mismo.  Conocer tus miedos y tus pasiones, lo que te gusta de ti y lo que quisieras cambiar.

A veces, solo es necesario recargar energía en la soledad para poder mantenerte cuerdo y lidiar con toda la sobrecarga de información a la que estamos expuestos todos los días.  Claro, si pueden disfrutar su propia compañía.  


La próxima vez que salgan los invito a que vayan a su restaurante favorito y pidan mesa para uno. 

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