domingo, 22 de abril de 2018

Reflexiones en el Día de la Tierra

No se si a ustedes les sucede lo mismo, pero cada vez que veo una noticia de una especie que se extingue, o leo algo del último rinoceronte blanco que queda en África, (Ese que tiene que ser cuidado de día y de noche por hombres armados con fusiles, por el temor que algún coleccionista millonario y sin alma gaste una fortuna para mandarlo a matar y colgarlo en su pared) o cómo se deshielan los polos, cómo los incendios consumen parte de la selva Petenera, de verdad me entra una profunda tristeza y sensación de impotencia.  Es natural, claro, esos problemas son muy grandes, lejanos, complejos, difíciles de arreglar y para una sola persona, imposibles de solucionar.

Como seres humanos, como especie, tenemos una capacidad de razonamiento superior a la de otros animales. Somos la especie superior, la especie dominante del planeta sin duda, la única capaz de hacer cálculos matemáticos complejos y así mandar un cohete al espacio exterior. Nos encanta pensar en nosotros mismos de esta forma. Sin embargo, creo que es ésta forma de pensar la que nos ha llevado a donde nos encontramos. Nos creemos la especie superior, y por lo tanto, la especie con el derecho de sobrevivir a costa de lo que sea. Aún a costa de destruir la tierra donde vivimos y compartimos con otras especies. Total, el que importa soy yo y los míos.
Consumimos más de lo que necesitamos por el simple hecho que nos creemos con derecho a hacerlo. ¿Quien nos lo puede impedir? Gastamos más agua de la que necesitamos, dejamos las luces encendidas aún cuando nadie las esta utilizando, dejamos que la comida se pudra en el refrigerador, porque total, siempre podemos comprar más, gastar más.  Diseñamos un mundo donde es más importante la marca de la ropa que llevas puesta, cuantos carros tienes o qué tan grande es tu casa, antes que la alegría que das a otras personas, lo generoso que eres, tus valores o las ideas que tienes en tu cabeza. ¿Como llegamos a esto? ¿En qué momento perdimos el enfoque hacia las cosas que de verdad importan? ¿De verdad creemos que seremos más felices viviendo en una mansión y con veinte carros de lujo en la cochera?

Quizás en aquella época de la revolución industrial, donde todo se empezó a ir al carajo, no sabían de las implicaciones que conllevaría el desarrollo de la civilización.  Un desarrollo sin control, desmedido, sin límite. Cuando descubrimos que podíamos hacer grandes ciudades, talando miles de árboles y sacando a otros animales de su hábitat, nunca nos detuvimos a pensar si debíamos hacerlo. Es nuestra arrogancia la que nos ha llevado hasta aquí. Ahora sabemos que todo y todos tenemos un límite. Los recursos que explotamos tienen un límite, hay un límite en la cantidad de petróleo que podemos quemar, un límite en la cantidad de agua potable disponible en la tierra, un número limitado de animales y de especies en el mundo, un límite en lo que podemos contaminar el aire y seguir respirando.

La única forma en la que podremos salir de esta espiral de consumo desmedido en la que nos metimos solos, será por medio de nuestra conciencia. La conciencia que somos parte de un macroecosistema, no los dueños ni capataces del ecosistema, sino la parte privilegiada con la inteligencia para la comprensión del sistema como un todo, capaz de entender las interacciones dentro de él, y con la habilidad de modificarlo, pero al fínal, parte de el sistema al igual que la lombriz, la abeja, el pájaro. Nosotros, entonces, al tener la compresión de esta interacción intersistemas, y su delicado balance, tenemos la responsabilidad mayor para cuidarlo, porque al hacerlo, cuidamos de  nosotros mismos, de nuestra supervivencia como especie y la de todos. Si tomamos conciencia de esto, podemos modificar nuestro pensamiento, nuestra motivación y nuestro actuar hacia una manera de vivir más sostenible. 

Vemos a los animales como seres inferiores, sin darnos cuenta que nadie es mejor en polinizar las flores, el café y nuestros cultivos que las pequeñas abejas. Nadie puede hacerlo mejor que ellas. O la pequeña lombriz que vive en la tierra, y que con su ir y venir en ella, la hace más fértil para la siembra. O el pájaro que sobrevuela el cielo, ¿quién es mejor que él para elevar el vuelo y hacer su nido en la copa de un árbol? Todos los animales consumen únicamente lo que necesitan, nada más. Y al hacerlo, no queman la tierra, no contaminan el aguan, no cortan el árbol que les da el alimento y resguardo. Tal vez tenemos que aprender de los animales, quizás podríamos vivir de una manera más sencilla y ser igual o aún más felices.  

Hagamos un ejercicio, intentemos imaginar pasar un mes sin luz eléctrica o gas. Imagínense en una semana, ya sin alimentos en la refrigeradora o sin agua potable, imaginen que fuera más de un mes, ¿Quién sobrevive mejor sin todo eso? ¿La abeja, la lombriz, el pájaro o nosotros? ¿De qué nos servirá en ese momento la mansión, los carros, o la ropa de marca? No estoy diciendo que dejemos todas las comodidades de la civilización moderna, pero cuestinonémonos, ¿qué tanto necesitamos poseer para ser felices? 

El día de la Tierra se promueve con el fin de crear conciencia respecto a nuestro planeta, y sus diversos problemas. ¿Qué mejor día que hoy, entonces, para reconocer que sólo somos una pequeña parte de todo esto? La parte con mayor conocimiento y responsabilidad de cuidar lo que tenemos.

Así que hoy, apaga la luz que no necesites, date una ducha más rápida, no desperdicies comida, recicla, investiga cómo puedes hacer una diferencia desde tu comunidad, vota por el candidato que le importen estos temas. Estoy segura que encontrarás  muchas formas de contribuir, involúcrate. Una persona puede hacer una gran diferencia.
Y en serio, bájate de la nube de falsa superioridad. No somos más que monos lampiños con mucha suerte, y tenemos una pequeña oportunidad de arreglar todo este desastre que hicimos. 

Feliz día de la Tierra.