Era un primero de Noviembre, yo todavía era estudiante de medicina y estaba muy contenta de poder levantarme tarde por el feriado. Me levanté a eso de las 10 am y bajé a la cocina por café y a ver qué había de desayuno.
Encontré a mi mamá haciendo huevitos revueltos y me dijo "-¿Querés unos frijolitos? Pero sólo hay de lata..." Le dije que estaba bien, y me ofrecí a ayudarla a hacerlos. Después de todo, la acababan de operar del túnel del carpo, y tenía puesta una muñequera que no la dejaba mover bien las manos. Faltaba más.
Saqué una lata de la alacena y me dispuse a abrirla. Mi mama me dijo "-Dejáme abrirle unos hoyitos abajo para que le entre aire y salga mejor... solo sostenéme la lata en lo que yo se los abro con un cuchillo..." Debí haberlo visto venir, pero mi inocencia y completa confianza en mi madre me lo impidieron. Llevábamos ya cuatro hoyos en la lata suficientemente grandes para que entrara el aire y salieran los frijoles, pero mi mamá seguía insistiendo, y a la quinta puñalada me ensartó el cuchillo en la mano.
Dí un grito, en parte porque me dolió bastante, en parte por el susto. La sangre comenzó a brotar, escandalosa. Pero la que más escándalo hizo fue mi mamá, al borde de un ataque de histeria.
"-¡Nena!! ¡Tu mano!" E inmediatamente rompió a llorar, llevándose las manos a la cara y gritando. Yo me intenté hacer presión en la herida y puse la mano bajo el chorro del lavatrastos. Mi mamá seguía gritando "¡Tu mano! ¡Ay Dios mío! ¡Tu mano! ¡Perdonáme mija! ¡Tu mano!" Y yo, al ver la reacción de ella, intentaba tranquilizarla "Tranquila mama, no me duele, no pasó nada, tranquila..." mientras me lavaba la herida en el agua.
Los gritos provenientes de la cocina se escucharon en toda la casa, claro está. El primero en acudir a ver qué pasaba fue el gato, Pepe le Pew, a quien seguramente le interrumpimos su siesta matutina, cosa que odiaba. Inmediatamente después llegó mi papá, quien estaba por ahí leyendo el periódico.
Asustado por los gritos preguntaba "¿Que paso?! ¿Que fué? ¿Que pasó?" Pero el llanto incontenible de mi mamá no la dejaba explicar qué había sucedido y solo me señalaba a mí y decía "¡la nenaaaa...! la nenaaaaa!" Y mi papá gritaba su vez, "¡Pero qué pasó Mary?! ¡Que pasó?!"
Mi papá gritaba de un lado, mi mama gritaba y lloraba del otro. Pepe le Pew, estaba alterado y muy confundido respecto a lo que sucedía. Seguramente pensó que mi papá le estaba haciendo algo a mi mamá porque acto seguido se le tiró con todas las ganas a morderlo y ensartarle las uñas en la pierna.
"-¡Ahhh! ¡El gato me ataca!!" gritaba mi papá y trató de defenderse pegándole con un trapo de cocina que estaba a la mano.
"- ¡No le pegués al gato!!" mi mamá defendía al gato mientras éste seguía prendido de la pierna de mi papá con sus uñas y lo mordía.
"-Pero me está atacando, Mary!!" mi papá, mientras libraba una batalla contra Pepe y su instinto de protección con tan sólo un trapo de cocina para defenderse.
A todo esto, yo seguía con la mano sangrando debajo del chorro de la cocina. Intentando calmarlos a todos, sin lograrlo, claro.
Finalmente, mi papá logró desprenderse al gato de la pierna (o Pepe desistió de defendernos, no sé.) y llegó a ver qué me había pasado. Le conté lo que había sucedido. Mi mamá ya había ido por unas gasas para taparme la herida, aunque seguía llorando y lamentándose. Pude ver que la herida sí era un poco profunda y se iba a necesitar que la suturaran.
Mi hermano se había ido de fiesta la noche anterior, y estaba un poco indispuesto esa mañana. Pero al oír los gritos de todos en la cocina se levantó a ver qué era la conmoción. Vio a mi mamá llorando amargamente, a mi papa con la pierna llena de arañazos y a mí con una cuchillada en la mano. Ha de haber pensado "Será que todavía estoy borracho?" Aun así, trató de tranquilizar a mi mamá y ayudar a mi papá a ver si el gato no le había mordido o arañado muy duro la pierna.
Todos juntos nos fuimos al hospital, donde el que en ese tiempo era mi novio, era el cirujano de turno, para que me suturara la mano. En todo el trayecto al hospital mi mamá seguía llorando y disculpándose, mientras yo la consolaba.
Cuando llegamos al hospital y vi a mi novio, la que se puso a llorar fui yo (no me había dado chance de llorar durante todo el relajo) mientras él, muy poco impresionado por la herida, me miraba con incredulidad cuando yo le contaba cómo había sido el accidente. Afortunadamente, el cuchillo no tocó ningún nervio, tendón, vena o arteria. Así que la sutura fue rápida y sin complicaciones.
Al salir del hospital, ya todos más tranquilos, dispusimos pasar comprando pan para comer con el Fiambre. Todo este embrollo nos hizo dejar los frijoles sin freír, los huevos sin hacer y salir sin desayuno. Ya teníamos hambre.
Pasamos a una panadería cerca de la casa, y ninguno pudo contener la risa cuando una vendedora ambulante se le acercó a mi mamá y le pregunto:
"-Señora, ¿no quiere comprar cuchillos?" a lo que mi mamá solo se alejó lo más rápido que pudo medio riendo y medio llorando.