miércoles, 14 de junio de 2017

Dejé mi corazón en Salt Lake City

Una de las cosas que te sucede cuando estudias medicina es que te ves obligado a moverte y vivir en muchos lugares durante la carrera. Entre electivos, rotaciones en diferentes hospitales dentro y fuera de la ciudad capital, ejercicio profesional supervisado y tener que salir del país si quieres seguir estudiando, te conviertes en nómada por un buen rato, aproximadamente ocho o diez años de tu vida. Esto te abre la mente de una forma que pocas cosas lo pueden hacer. 

Entre las vueltas que da la vida, se me presentó la oportunidad de estudiar fuera de Guatemala, en Salt Lake City, Utah. Conocí por primera vez a los doctores de Utah cuando visitaron el hospital escuela donde hice mi residencia. Ellos venían a Guatemala a impartir clases de radiología pediátrica como actividad voluntaria, esperando que los residentes aprendiéramos y aplicáramos estos conocimientos,  sin recibir nada a cambio. Durante estas visitas, logré hablar con ellos y les manifesté mi interés por hacer mi electivo en su hospital, a lo que ellos, sin pensarlo mucho o poner peros, dijeron que sí.  

Así que durante el electivo del posgrado fui por primera vez a Salt Lake City y al hospital pediátrico durante 6 semanas. Nunca había estado en esa ciudad, y creo que fue amor a primera vista. Tanto que, luego de terminar la residencia, regresé por un año más.

Salt Lake City se sitúa en un valle, rodeada por montañas donde, dependiendo la estación que sea, se puede esquiar  en la nieve o caminar por los senderos, respirando aire puro y rodeada de naturaleza. 

La ciudad es relativamente pequeña, muy ordenada y segura. En el centro se sitúa el Templo Mormón, que realmente parece un pequeño castillo, y se ve precioso iluminado de noche. Es una ciudad muy verde, llena de árboles y flores. Puedes caminar por todos lados a cualquier hora sin preocuparte por que te pase algo. No hay mucha vida nocturna, pero hay restaurantes muy buenos, cafeterías y pequeñas librerías en cada esquina.



Recuerdo que me encantaba salir a caminar sin rumbo fijo, explorando las calles a ver qué encontraba. Usualmente me cansaba de caminar y tomar fotos, me sentaba en una pequeña cafetería con un libro que nunca compraba y pedía un café. Leía el libro hasta que se me terminara la bebida y luego, caminaba de regreso a casa.
La mayoría de la población en el estado de Utah  es mormona, una religión que despierta sentimientos encontrados en muchas personas, sin embargo, la mayoría de los mormones que conocí son  muy buenas personas, orientados hacia su familia y comunidad, sin vicios.  Personas trabajadoras, tratando de hacer lo mejor que pueden con su vida, y sin tomar café. Admirable. 

El Primary Children's Medical Center, es un hospital  enteramente pediátrico, con especialistas reconocidos a nivel mundial, autores de libros y estudios científicos, cuenta con tecnología de punta y es centro de referencia para toda la costa oeste de los EEUU. Es hospital escuela, trabajando de la mano con la Universidad de Utah, y su respectivo hospital, cuenta con posgrados de casi todas las especialidades.

En la unidad de radiología pediátrica, donde yo estaba, habían quince radiólogos que se encargaban de los estudios de todo el hospital. Se dividían los estudios según su subespecialidad o gusto personal,  y se iban rotando para que todos vieran todo tipo de estudios. El equipo de trabajo era realmente eso, un equipo, trabajando para poder brindar un diagnóstico oportuno y certero, siempre poniendo al paciente primero. Era excepcional el día en que un radiólogo pasara en su escritorio sin hablar con sus colegas. 

Todos se consultaban casos entre sí todo el tiempo. Me decían "Vamos a preguntarle su opinión a los colegas, yo la verdad no sé que es esto... quisiera consultarlo con alguien más".  Me sorprendía la humildad que tenían en reconocer sus límites, que nadie sabe todo, que nadie esta exento de equivocarse, y la naturalidad con que se apoyaban los unos en los otros. Luego ya con la opinión de uno o dos colegas, regresaban a su escritorio, sacaban el libro que ellos  o algún colega había escrito años atrás y leían nuevamente lo escrito antes de llegar a una conclusión.

Además de la carga de trabajo con la que contaban, que no era poca, tenían a su cargo residentes de radiología, pediatría y fellows. Casi siempre se veía a un médico con uno o dos personas siguiéndolo por toda la unidad, yo incluída. A la mayoría de ellos les encantaba enseñar y eran excelentes maestros, siempre con un buen sentido del humor y paciencia. Compartían su conocimiento con todos, contagiando a los que escuchábamos con su pasión por lo que hacían, admirando la complejidad del cuerpo humano, su belleza, y también, la crueldad de algunas patologías.

Estando allá, tuve un pequeño accidente y me hice un esguince en el pie. Tuve que andar con una bota por 5 o 6 semanas. Era bastante molesto e inconveniente, ya que yo me transportaba en bus y era época de nieve, así que varios de los maestros y algunos técnicos se turnaban para darme halón. Uno de los maestros me acompañó al médico y, antes de dejarme en casa, me compró una sopa y pan, para que no tuviera que preocuparme por cocinar esa noche. El pie no me dolía tanto, pero con el frío del invierno, y estando lejos de casa y de mi familia, la sopa calientita me pareció la mejor del mundo.

El día domingo usualmente alguno de los doctores me invitaba a cenar. Compartían mi gusto por la cocina y comer bien. Los que no eran mormones, disfrutaban de tomar vino y buen café. Así que cocinábamos diferentes platillos, y hasta intenté cocinar comida guatemalteca para que pudieran probar un poco. Nótese que digo "intenté" porque mi Pollo en  Jocón fue un fiasco, aunque ellos dijeron que estaba bueno, y lo comieron de buena gana. Al menos los rellenitos de plátano sí me quedaron buenos y le hicieron un poco de justicia a la gastronomía chapina.

Además de estudiar, conocí todos los museos y parques, fui a la ópera, recorrí en mi bicicleta la ciudad y hasta fui al festival de cine de Sundance. Me disfruté cada momento, desde morir del calor en el verano, caminar pisoteando las hojas secas en el otoño,  hasta apalear la nieve de la acera frente a mi casa en invierno. Todo era una aventura, quizás saber que no iba a durar para siempre me hacía disfrutar lo bonito de cada momento.


Aprendí mucho durante ese año, aunque hubiese querido poder aprender mucho más. Todos los doctores se empeñaron en enseñarme lo más posible, decían que enseñarme a mí y a los demás estudiantes era su manera de proyectarse al mundo, de expandir el conocimiento, de contribuir al avance de la humanidad.
Aunque su conocimiento científico era impresionante, lo que más me impactó fue su calidad humana; la calidez  y respeto con la que se dirigían a los pacientes, su generosidad, la paciencia que tenían conmigo, su gusto por compartir su conocimiento y cómo me brindaron su amistad sincera. Me enseñaron qué tipo de profesional y de persona quería ser. Los mejores maestros no solo enseñan, sino te inspiran. 


Tal vez algún día, si reencarno en mis próximas tres vidas en un radiólogo, pueda saber tanto como saben ellos. Sólo puedo esperar que nunca se me agote la curiosidad y el deseo de seguir aprendiendo cosas nuevas. Y cuando tenga la oportunidad, pueda compartir lo que he aprendido con otras personas como ellos lo hicieron conmigo. Estaré por siempre agradecida con todos los médicos que se involucraron en mi aprendizaje, Salt Lake City siempre será un lugar especial para mi, y nunca olvidaré lo que los maestros me enseñaron: el conocimiento cuando se comparte, no se agota, sino se multiplica.