domingo, 6 de noviembre de 2016

Tenemos un problema con Malala

En esta manada todos cumplen una función específica, me dice Daniel, quien es el proveedor y líder, el Alfa, claro. Abogado de profesión y amante de la música, tiene una energía muy relajada y le gusta  Amy Winehouse, inmediatamente me cae bien. 

Luego está Kata, la perra mestiza mezcla de Rotweiller, Pastor Alemán con un toque de Cocker Spaniel, que tiene ojos de nobleza. Su función es la protección; cuida la casa mientras el Alfa sale a trabajar. Ladra a través del portón si alguien extraño se acerca, aunque no estoy muy segura qué pasaría si el intruso cruzara la puerta. Me cuesta pensar que sería capaz de lastimar a alguien, a mí ni me gruñó. 

La última integrante de la manada es Malala, la gata bicolor, con ojos azules y rostro dividido perfectamente a la mitad, como Harvey two face. Se nota que tiene entre sus antepasados a un siamés, pero su belleza es única, una mezcla entre tantos gatos que la hace irrepetible. Su función en la manada es menos clara. Tal vez sólo sea que es incomprendida y un poco rebelde. 

Nos sentamos en la mesita del jardín. Kata y Malala nos acompañan y se quedan muy cerca a Daniel. 

-Tenemos un problema con Malala... - me dice Daniel, muy serio. 
- ¿Qué problema? 
-Bueno, Malala no quiere cazar...
- ¿Cazar qué? 
- Tu sabes, cazar... pájaros, un ratón, algo así. Ella tiene que cumplir su función en esta manada. 

Malala acaba de cumplir dos años. Es una gata joven, por lo que hasta ahora el hecho que no cazara había sido disculpado por su edad, diciendo que sólamente era una cachorrita. Pero ya con dos años se puede decir que es una gata adulta que parece no estar muy segura de cual es su plan de vida. Como ese humano de 35 años que apenas se esta dando cuenta que ya es adulto y que debería de sentar cabeza, trabajar, tener un plan, pero que se rehúsa a aceptar la idea. Malala no se ha enterado que se encuentra en este punto de la vida, y se acicala tranquilamente en la banquita cercana mientras Daniel la mira con preocupación. 

-Ha hecho un par de intentos, claro. Me dejó un gecko y un saltamontes en la puerta del cuarto la vez pasada.... -dice, pensativo. 

Le digo que quizás Malala necesita un poco de espacio y tiempo para decidir qué quiere en la vida. Ser cazadora tal vez no sea lo suyo, después de todo. No es bueno que se sienta presionada. Además, tiene que sentir que sus esfuerzos de caza son valorados por la manada. No todos los gatos ni todos los humanos
hacen lo que la sociedad espera de ellos. 

Kata no descuida su posición de protectora al lado de Daniel, y cuando se da cuenta que estamos hablando de ella, se sienta en la silla desocupada de la mesa para ser parte de la conversación. Kata no comprende el significado de el espacio personal y puede ser un poco invasiva, pero siempre esta atenta, cuidando, cumpliendo su deber. Malala descansa en el banquito cercano, integrada a su manera a la actividad social que se lleva a cabo en su casa. 

Pienso en mi manada: Samba, Jazz y yo. ¿Cual es nuestra función? Bueno, supongo que yo soy la proveedora de concentrado, comida en lata y la encargada de limpiar la arena todos los días. También proveo caricias detrás de la oreja cuando ellos lo solicitan y un espacio mullido y calientito para dormir. ¿El alfa? 

Jazz sería el protector, creo. Vigila de lejos a las personas que llegan a visitarme. Atento a la vibra de la gente, sale del confinamiento del cuarto sólo cuando son de su agrado. Veo sus garras y sus colmillos y pienso que tiene potencial, pero me cuesta imaginármelo defendiéndome de alguien. Cuando estoy dormida, Jazz se asegura que siga respirando acercándose a olisquearme y si no respondo, intenta hacerme reaccionar pasándome por encima de la cara. Solo para asegurarse que esté bien. 

Samba, por su parte, es la anfitriona y comité de bienvenida. Me recibe en la puerta cuando llego a casa del trabajo con maullidos y ronroneos. Con mis invitados es igual, sale a recibirlos, maulla y los hace sentir en casa. Luego se restriega en mis piernas un par de veces y se dedica a su función principal: verse regia y adornar con su presencia cualquier espacio que decida ocupar. 

La noche nos alcanza escuchando buena música y platicando. Hacemos una parrilla con costilla de res, costilla de cerdo, hongos portobello con ajo y pescado con hierbas finas y limón que resulta una delicia a las brasas. Lo acompañamos de ron Flor de Caña y dubi. 

Daniel me cuenta que tener mascotas lo ha hecho madurar.  El estar pendiente 365 días al año de dos seres vivos que dependen de ti completamente te enseña muchas cosas. Ser el alfa no es siempre fácil.  Ellas tienen plena confianza en ti, y nunca pensarían en abandonarte o traicionarte. La manada se cuida y permanece unida. 

Contempla a su  mandada que descansa cerca. De repente, nota que Kata tiene algo entre las patas. Se acerca a verificar qué es y se de cuanta que es un pedazo de costilla que Kata consiguió de algún lugar (la parrilla? la basura? no sabemos) y lo disfruta mordisqueándolo. 

-Ya ves?!- me dice Daniel, enojado - Y se lo viene a comer aquí frente a mí! "Vos? Vos no sos el alfa... no sos el alfa pero ni de vos mismo! Mira lo que pienso de tus reglas, humano!"

Daniel finge indignación por la falta de respeto, pero sus voz y sus ojos no tienen nada más que amor por Kata, la perrita que no respeta su autoridad, y Malala, la gatita que no quiere cumplir su función dentro de la manada. 

Yo creo que todas las mandas somos así, un poco disfuncionales, pero llenas de amor.