viernes, 6 de noviembre de 2020

El silencio

El silencio durante el toque de queda por la pandemia me tomó por sorpresa. Es lógico que viviendo a la par de una avenida muy transitada nunca haya silencio aqui. En la noche es menos, pero nunca tan absoluto como durante esas horas, en esos días. 

Siempre he disfrutado de la música y casi siempre tengo algo de música de fondo. Pero esos días ni siquiera quería interrumpir ese silencio con nada. Volví a abrir el balcón después de mucho tiempo y salir a ver el árbol que está justo enfrente y simplemente disfrutar del sol tomando mi café. 

Durante esos días había tanto silencio que no quedó más que escucharme a mí misma. Con tanto tiempo libre, ningún lugar a donde ir y ese silencio que me recordaba mi infancia donde todo era una posibilidad. Creo que todos pasamos por algo similiar. Nos tocó enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros pensamientos, nuestros temores, nos enfrentamos a nuestra mortalidad cara a cara. Mirar hacia adentro. 

Pensamos en lo que extrañamos del mundo afuera, lo que desearíamos hacer diferente, lo primero que haríamos "cuando esto pase" y así examinamos lo que en verdad nos importa. 

El silencio me dió la posibilidad de encontrar lo que estaba escondido detrás del ruido, del correr diario entre una cosa y otra. La inercia de la vida moderna de repente paró y me permitió analizarme. 

Encontré cosas que me gustaban y otras muchas que no. Dije que quería hacer muchas cosas de diferente forma "cuando esto pase" para luego darme cuenta que no, no hay un mañana que esté garantizado. Debe ser hoy. Si quieres hacer algo, hazlo hoy. Aunque te de miedo y no sepas el resultado final, aunque la apuesta sea grande. 

El reto es seguirte escuchando a pesar del ruido que ha regresado a su normalidad. No olvidar que siempre debes ponerte antención antes que a nada. Ser sincero contigo mismo. Cuidar de ti primero y luego cuidar a los demás. Apreciar cada día porque el futuro no está garantizado. 

Aprovechemos el día de hoy en amar a los que amamos. La vida es hoy. 


martes, 24 de septiembre de 2019

Greta Thunberg vs el status quo

Este va a ser mi post menos popular, estoy casi segura. Y es que algunas de las opiniones que doy a continuación son incómodas en reuniones familiares, inoportunas en conversaciones con amigos, poco apropiadas para el ambiente laboral, en fin, en nigún momento a (casi) nadie le gusta hablar de la crisis climática.

Y ese es gran parte del problema, nadie habla suficiente de la crisis climática. Me sorprende la poca cobertura que los medios le dan a las noticias ambientales aquí y alrededor del mundo. Usualmente son una noticia de relleno, una nota corta entre las noticias de política o aún peor, de farándula. Nadie habla suficiente del tema y mucho menos se informa antes de emitir un juicio al respecto.

No es para menos, nadie quiere que le bajen el ánimo en el churrasco familiar cuando acaba de destapar su cervecita fría luego de una semana de trabajao y le digan que el mundo que conoce , (al menos, el mundo como lo conocemos hasta ahora) puede estar camino a su fin y que la carne que echaste a la parrilla y te estas comiendo es gran parte del problema. Unpopular opinion number one.

En estos días la sueca de 16 años con síndrome de Asperger, Greta Thunberg, ha acaparado las noticias y ha sido bastante mecionada en las redes sociales. No se en qué momento la conversación global se desvió de "lo que dijo"-Estamos al borde de una extinción masiva y tenemos 10 años para evitarla- a "quién lo dijo?" es una muchacha blanca con privilegios , o también "tiene derecho de decirlo o no?" porque a ella la escuchan y a los indígenas latinoamericanos defensores de los recursos no, o el más tonto hasta ahora "este es un tema ideológico, de derecha o izquierda", en el cual ni siquiera ahondaré porque no merece la pena.

No demerito en ningún momento la lucha de los pueblos indígenas de todo el mundo. Jamás.  Desde los nativos americanos que impiden que construyan la Keystone Pipeline, que de llegarse a construir en su diseño original hubiera contaminado la fuente de agua para 2 millones de personas por los derrames "esperados" de petróleo en su trayecto, además de haber contaminado el río Yellowstone y el hábitat de miles de especies de animales. (Y que de llegarse a construir significaría un considerable aumento en la emisión de CO2). Pasando por los nativos que defienden el Amazonas hasta con los dientes, empeñando muchas veces hasta su vida. O como Berta Cáceres, la ambientalista hondureña que fue asesinada por defender sus ríos en contra de la privatización y las hidroeléctricas, o los otros cientos de activistas ambientales que han sido asesinados por industrias en busca de ganancias.

A su vez, Greta también lucha a favor de esta misma causa, la defensa del medio ambiente, de la manera que ella encontró para hacerlo. No pretende negar su privilegio, lo acepta y lo usa para lo que ella cree que es correcto. ¿Está mal eso? Ojalá más personas blancas y privilegiadas alzaran su voz a favor de una discusión seria acerca de la crisis climática, y exigieran medidas puntuales y concretas.

Creo que es en los países del primer mundo, principalmente Estados Unidos y Europa de donde tiene que venir el liderazgo para mover la conversación en el sentido adecuado. Unpopular opinion number two, ya sé. Pero es que si yo quisiera ir a protestar frente a las oficinas centrales de Shell o de Chevron, o asistir a la firma del acuerdo de París, tendría que haber estado en Estados Unidos o París, respectivamente. Aceptémoslo, Estados Unidos es el líder económico (y, de paso, responsable por la mayor parte de las emisiones de CO2 del planeta, seguido por China, otra potencia económica), por lo que si el cambio va a ser real y significativo, tiene que venir de su parte e involucra un gran movimiento político que ningún país de latinoamérica tiene el peso para llevar a cabo.

Por supuesto, todos podemos sumarnos a este cambio y hacer nuestra parte en nuestro lugar, pero vamos, siendo realistas , por más que yo disminuya mis consumo de gasolina y deje de comer carne de res, si los 318 millones de gringos no reducen sus emisiones y toman medidas drásticas en el futuro cercano, poca diferencia habrá en lo que podamos hacer en Guatemala respecto al cambio climático mundial.

Esto no es una justifiación para la indiferencia o la inacción local, por supuesto. Lo que subrayo es que el cambio político necesario se da en esas esferas; en la ONU, en las cumbres de naciones, en los encuentros internacionales, porque es un problema que nos atañe a todos y las soluciones, sin las habrá, deben ser conjuntas entre naciones. Greta Thunberg, o quizás sus padres, entendieron eso. No dudo que reciban apoyo de empresas con intereses económicos en energía renovable o "verde", seguramente sí. ¿No es esa la forma de lograr un cambio político? Te unes con personas que piensen como tu y te apoyen -económicamente tambien- contra las empresas petroleras que anualmente le inyectan millones de dólares al lobby en contra de legislación más fuerte sobre la extracción de petróleo del subsuelo en todo el mundo. Si queremos cambios, ese es el camino a seguir.

Man, I could do this all night. Pero no quiero que se duerman sin terminar de leer.

En Guatemala las instituciones del gobierno son tan flojas y débiles, la falta de voluntad política es tal, los intereses personales son tantos, que me temo que en unos años el país se quede sin selvas en Petén gracias a los narcos y ganaderos, o sin árboles en Alta Verapaz por la tala desmedida, o sin agua, por una combinación de todas las anteriores y la inexistencia de una ley de aguas.  Para proteger nuestros recursos necesitamos leyes, para que se cumplan las leyes necesitamos un Estado fuerte, para tener ambos necesitamos involucrarnos y exigir cambios a nuestros gobernantes.

Necesitamos hablar del tema, que nos importe, ser incómodos e inoportunos en el almuerzo con la familia. Quizás una de las personas con las que hablemos, el primo al que acorralamos en la sala,  después de tanto insistirle comience a clasificar sus desechos y vea que no es tan difícil. Tal vez más personas opten por no consumir productos con aceite de palma o se cuestionen si quieren tener más de un hijo (Unpopular opinion number three). Tal vez si hablamos más del tema comencemos a exigirles cambios a nuestros políticos en una esfera local y global, sin dejar a un lado las acciones personales que debemos tomar.

Comparto la tristeza e impotencia de los indígenas del Amazonas cuando veían su selva quemándose. También la indignación de Greta al pensar en su futuro. Muchos jóvenes de hoy serán los que sufrirán las consecuencias de nuestras acciones o inacciones de hoy.

Seamos incómodos y polémicos como Berta, como Greta. Cada uno a su escala y en su círculo puede tener una incidencia muy importante. 

Unámonos a su lucha, apoyémosla y dejémos de juzgarlas. El futuro que ellas defienden es el de todos.







lunes, 25 de febrero de 2019

Sobre Memorias de Adriano y mi padre.

Leer a Marguerite Yourcenar en su obra cúspide fue una  coincidencia de la vida. Un amigo me invitó a unirme a un club de lectura y accedí, en parte movida por la curiosidad y en parte porque creí me vendría bien tener un poco de presión de grupo para terminar un libro en un tiempo determinado y tal vez, leer algo que usualmente no leería. No sabía lo oportuna que sería la lectura. 

Al empezar a leer el libro, nunca imaginé que éste fuera el que me acompañaría en uno de los momentos más difíciles que he vivido hasta hoy; la muerte de mi padre. Y es que al leer las primeras páginas pude darme cuenta que era un libro lleno de reflexiones, enseñanzas y meditaciones respecto a la enfermedad y la muerte. 

Adriano fue Emperador durante el tiempo en que el Imperio Romano alcanzó su máxima extensión territorial y sus años de reinado fueron conocidos como "la época más feliz de la humanidad".  Cazador, viajero, amante de la cultura y de la astrología, Adriano era un hombre complejo y con mucha sabiduría. Leer sus meditaciones fue un deleite, aunque muchas veces éstas tenían que ver con la decadencia de su cuerpo, su enfermedad y su deseo de morir. 

"Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre, así es para todos. Pero la incertidumbre del lugar, de la hora y del modo, que nos impide distinguir con claridad ese fin hacia el cual avanzamos sin tregua, disminuye para mí a medida que la enfermedad mortal progresa. Cualquiera puede morir súbitamente, pero el enfermo sabe que dentro de diez años ya no vivirá." Leer estas líneas mientras veía a mi papá en su cama toser una y otra vez. 

Como Adriano, mi padre tuvo una vida muy rica. Abogado de profesión, amante de la lectura, del fútbol, viajero de corazón, profesor por vocación. Su vida tuvo muchas aristas y en cada una de ellas marcó su paso firme.  Fue amado y respetado por muchísimas personas. Yo tuve el privilegio de llamarlo papá. 

El relato de Marguerite Yourcenar continúa acompañando a Adriano por sus numerosos viajes, los que formaron parte importante de su reinado como emperador Romano. Nos habla de su aprendizaje, de sus amores, de sus pérdidas y sus victorias. 

Imaginaba la vida de mi padre en esas hazañas. Sé que fue feliz, que amó, que durante sus viajes conoció lugares asombrosos y gente extraordinaria. Trabajó mucho también, como abogado y profesor en la Universidad de San Carlos, tocó la vida de muchos estudiantes, quienes le proferían un cariño sincero y aún después de mucho tiempo lo visitaban para llamarle "maestro". Que siempre supo cuando parar y disfrutar un buen vino, una buena comida, una siesta. Sé que, a pesar de que no siempre sabía cómo demostrar su cariño, me quiso y estaba orgulloso de mí. 

Como es de esperar, con el pasar de los años el cuerpo de mi padre sufrió cambios, tal como Adriano describe diciendo "Durante toda mi vida me había entendido muy bien con mi cuerpo, contando implícitamente con su docilidad y con su fuerza. Aquella estrecha alianza empezaba a disolverse; mi cuerpo dejaba de formar una sola cosa con mi voluntad, con mi espíritu, con lo que torpemente me veo precisado a llamar mi alma; el inteligente camarada de antaño ya  no era más que un esclavo que pone mala cara al trabajo".  Vi a mi padre luchar mucho tiempo con su cuerpo mientras su espíritu permanecía joven, voluntarioso, fuerte. Luchó hasta el fin, arrastrando a ese esclavo perezoso con su amor por la vida. 

Adriano contempló por mucho tiempo la idea del suicidio. Su larga enfermedad lo hacía sentir prisionero de su cuerpo. "Funciones que antaño resultaban fáciles y hasta agradables, llegan a ser humillantes cuando se les cumple con dificultad", escribe. En varias ocasiones pide a sus médicos que le proporcionen un elixir para aliviar su sufrimiento y terminar su vida. "Nada parecía más simple; un hombre tiene el derecho de decidir en qué momento su vida cesa de ser útil. Yo no sabía entonces que la muerte puede convertirse en el objeto de un ciego ardor, de una avidez semejante al amor..." Sus deseos nunca son concedidos, en varias ocasiones sus sirvientes le impidieron suicidarse.  

Mucho me he detenido a pensar sobre mi propia muerte y pienso que me gustaría decidir cómo y cuándo morir. No creo que sea una afrenta o que esté haciéndole daño a nadie. Llegado el momento, bajo las circunstancias precisas, sería un lujo poder dejar este mundo en mis propios términos. 

Sin embargo, en sus últimas meditaciones, Adriano se reconcilia con su mortalidad y abandona la idea de suicidarse. "Toda mi vida he tenido confianza en el buen sentido de mi cuerpo, tratando de saborear juiciosamene las sensaciones que ese amigo me procuraba; estoy obligado, pues, a saborear también las postreras. No rehúso ya esa agonía que me corresponde, ese fin elaborado en el fondo de mis arterias, heredado quizá de un antecesor, nacido de mi temperamento, preparado poco a poco por cada uno de mis actos en el curso de mi vida. La hora de la impaciencia ha pasado; en el punto en que me encuentro, la desesperación sería de tan mal gusto como la esperanza. He renunciado a apresurar mi muerte." 

Mi padre hace mucho había decidido que quería morir en casa. Una buena vida no podía terminar de otra forma.  Pidió que lo lleváramos a casa y pasar sus últimos días en la comodidad de su hogar y en compañía de su familia. Así fue. Compartimos muchas tardes jugando cartas y dominó. El hacía trampa, valiéndose del privilegio que sus canas le daban, y los demás lo dejábamos.  Muchas veces compartimos una o dos copas de vino, mientras le platicaba cualquier plan o le contaba alguna anécdota para divertirlo. El día anterior a su muerte aún cenamos juntos. Luego, ayudado por mi madre y por mí, se metió a su cama y descansó. 

Le dije que durmiera, que lo veía mañana. "Todo va a estar bien, papa. No tienes que preocuparte por nada". Me miró y asintió. Cerró sus ojos ya cansados.  

"Puede ser después de todo que tengan razón, y que la muerte esté hecha de la misma materia fugitiva y confusa que la vida". 

Mi papá falleció al día siguiente. Ya no pude platicar con él más.  Aun no sé qué hacer con su ausencia. No sé cuanto tiempo más tendré la sensación que mañana iré a verlo a su casa como antes, para luego recordar que no es posible. No sé si algún día me acostumbraré a sentir este vacío. "No sabía que el dolor contiene extraños laberintos por los cuales no había terminado de andar".  

Me queda el consuelo de su recuerdo. Sus historias, sus frases, sus gestos, tantas y tantas enseñanzas. Quiero recordar cada consejo que me dio y todas las cosas en las que nos parecemos.  Lo acompañé hasta sus últimos momentos en este mundo y sé que, sabiendo que había llegado su hora, al igual que Adriano, dijo: 

"Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver... Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos..."




domingo, 22 de abril de 2018

Reflexiones en el Día de la Tierra

No se si a ustedes les sucede lo mismo, pero cada vez que veo una noticia de una especie que se extingue, o leo algo del último rinoceronte blanco que queda en África, (Ese que tiene que ser cuidado de día y de noche por hombres armados con fusiles, por el temor que algún coleccionista millonario y sin alma gaste una fortuna para mandarlo a matar y colgarlo en su pared) o cómo se deshielan los polos, cómo los incendios consumen parte de la selva Petenera, de verdad me entra una profunda tristeza y sensación de impotencia.  Es natural, claro, esos problemas son muy grandes, lejanos, complejos, difíciles de arreglar y para una sola persona, imposibles de solucionar.

Como seres humanos, como especie, tenemos una capacidad de razonamiento superior a la de otros animales. Somos la especie superior, la especie dominante del planeta sin duda, la única capaz de hacer cálculos matemáticos complejos y así mandar un cohete al espacio exterior. Nos encanta pensar en nosotros mismos de esta forma. Sin embargo, creo que es ésta forma de pensar la que nos ha llevado a donde nos encontramos. Nos creemos la especie superior, y por lo tanto, la especie con el derecho de sobrevivir a costa de lo que sea. Aún a costa de destruir la tierra donde vivimos y compartimos con otras especies. Total, el que importa soy yo y los míos.
Consumimos más de lo que necesitamos por el simple hecho que nos creemos con derecho a hacerlo. ¿Quien nos lo puede impedir? Gastamos más agua de la que necesitamos, dejamos las luces encendidas aún cuando nadie las esta utilizando, dejamos que la comida se pudra en el refrigerador, porque total, siempre podemos comprar más, gastar más.  Diseñamos un mundo donde es más importante la marca de la ropa que llevas puesta, cuantos carros tienes o qué tan grande es tu casa, antes que la alegría que das a otras personas, lo generoso que eres, tus valores o las ideas que tienes en tu cabeza. ¿Como llegamos a esto? ¿En qué momento perdimos el enfoque hacia las cosas que de verdad importan? ¿De verdad creemos que seremos más felices viviendo en una mansión y con veinte carros de lujo en la cochera?

Quizás en aquella época de la revolución industrial, donde todo se empezó a ir al carajo, no sabían de las implicaciones que conllevaría el desarrollo de la civilización.  Un desarrollo sin control, desmedido, sin límite. Cuando descubrimos que podíamos hacer grandes ciudades, talando miles de árboles y sacando a otros animales de su hábitat, nunca nos detuvimos a pensar si debíamos hacerlo. Es nuestra arrogancia la que nos ha llevado hasta aquí. Ahora sabemos que todo y todos tenemos un límite. Los recursos que explotamos tienen un límite, hay un límite en la cantidad de petróleo que podemos quemar, un límite en la cantidad de agua potable disponible en la tierra, un número limitado de animales y de especies en el mundo, un límite en lo que podemos contaminar el aire y seguir respirando.

La única forma en la que podremos salir de esta espiral de consumo desmedido en la que nos metimos solos, será por medio de nuestra conciencia. La conciencia que somos parte de un macroecosistema, no los dueños ni capataces del ecosistema, sino la parte privilegiada con la inteligencia para la comprensión del sistema como un todo, capaz de entender las interacciones dentro de él, y con la habilidad de modificarlo, pero al fínal, parte de el sistema al igual que la lombriz, la abeja, el pájaro. Nosotros, entonces, al tener la compresión de esta interacción intersistemas, y su delicado balance, tenemos la responsabilidad mayor para cuidarlo, porque al hacerlo, cuidamos de  nosotros mismos, de nuestra supervivencia como especie y la de todos. Si tomamos conciencia de esto, podemos modificar nuestro pensamiento, nuestra motivación y nuestro actuar hacia una manera de vivir más sostenible. 

Vemos a los animales como seres inferiores, sin darnos cuenta que nadie es mejor en polinizar las flores, el café y nuestros cultivos que las pequeñas abejas. Nadie puede hacerlo mejor que ellas. O la pequeña lombriz que vive en la tierra, y que con su ir y venir en ella, la hace más fértil para la siembra. O el pájaro que sobrevuela el cielo, ¿quién es mejor que él para elevar el vuelo y hacer su nido en la copa de un árbol? Todos los animales consumen únicamente lo que necesitan, nada más. Y al hacerlo, no queman la tierra, no contaminan el aguan, no cortan el árbol que les da el alimento y resguardo. Tal vez tenemos que aprender de los animales, quizás podríamos vivir de una manera más sencilla y ser igual o aún más felices.  

Hagamos un ejercicio, intentemos imaginar pasar un mes sin luz eléctrica o gas. Imagínense en una semana, ya sin alimentos en la refrigeradora o sin agua potable, imaginen que fuera más de un mes, ¿Quién sobrevive mejor sin todo eso? ¿La abeja, la lombriz, el pájaro o nosotros? ¿De qué nos servirá en ese momento la mansión, los carros, o la ropa de marca? No estoy diciendo que dejemos todas las comodidades de la civilización moderna, pero cuestinonémonos, ¿qué tanto necesitamos poseer para ser felices? 

El día de la Tierra se promueve con el fin de crear conciencia respecto a nuestro planeta, y sus diversos problemas. ¿Qué mejor día que hoy, entonces, para reconocer que sólo somos una pequeña parte de todo esto? La parte con mayor conocimiento y responsabilidad de cuidar lo que tenemos.

Así que hoy, apaga la luz que no necesites, date una ducha más rápida, no desperdicies comida, recicla, investiga cómo puedes hacer una diferencia desde tu comunidad, vota por el candidato que le importen estos temas. Estoy segura que encontrarás  muchas formas de contribuir, involúcrate. Una persona puede hacer una gran diferencia.
Y en serio, bájate de la nube de falsa superioridad. No somos más que monos lampiños con mucha suerte, y tenemos una pequeña oportunidad de arreglar todo este desastre que hicimos. 

Feliz día de la Tierra.



viernes, 20 de octubre de 2017

Playball

Me gusta el beisbol desde que soy pequeña. El primer recuerdo que tengo de ver un partido de grandes ligas se sitúa en la cocina de mi casa en Xela, donde teníamos un televisor blanco y negro marca Phillips de 14 pulgadas. Nos reuníamos en torno al calor que daba la estufa de leña que había en la cocina, resguardándonos de los  fríos de mi pueblo por las noches, especialmente cuando apretaba en esta época del año. 

Mientras mi hermano y yo tomábamos café caliente,  los adultos tomaban algún trago, platicaban, hacían chistes mientras el juego transcurría.  Casi siempre llegaba mi padrino,  a veces uno que otro amigo de mi papá, y yo miraba el beisbol con tal de estar ahí entre los adultos, no quería perderme de nada. He de haber tenido seis o siete años quizás, demasiado pequeña para no aburrirme viendo un juego completo. Fue  mi papá quien me explicó las reglas del juego y me contagió del gusto por este deporte. Recuerdo decirle que "me avisara cuando hubiera  un jonrón"  cuando por fin me aburría y me iba a jugar, a dormir o a hacer alguna otra cosa.

Aunque el juego más popular en mi casa siempre fue el fútbol, creo que sufrí una sobredosis y por eso no me gusta tanto. El beisbol en cambio, siempre me pareció un juego de inteligencia, estrategia y mucho suspenso. Eso me gustaba. "El beisbol es el deporte rey, mija. Es un juego de expectativa, sólo para shecas... no cualquiera entiende y disfruta este juego"  me decía mi papá. 

Mi papá siempre le fue a los equipos que por alguna u otra razón tenían la desventaja, de acuerdo a su punto de vista.  Si había un partido entre los de los Yankees contra los Redsox, le íbamos a los Redsox. Si había uno entre los Redsox contra los Indians, le íbamos a los Indians. Si los Indians le ganaban a los Redsox, celebrábamos como que hubiera sido nuestro equipo toda la vida. Esto podía variar de juego a juego, dependiendo de quién era el visitante y quien jugaba en casa, aunque fueran los mismos equipos. Así, lo que realmente apreciabas era un buen juego, una buena jugada, no importaba de quién. 

El beisbol es un juego elegante. La diferencia entre un strike y una bola es sólamente unos centrímetos, o quizas mílimetros de diferencia en el agarre que el pitcher le da a la bola. Mi papá fumaba cual chimenea nervioso, a la expectativa del siguiente tiro. Nos explicaba a mi y a mi hermano qué significaban las señales que se hacían entre el pitcher y el catcher. El jugó de catcher en el equipo de la Universidad de San Carlos cuando era estudiante de Derecho, nos contaba. Y su tiro desde Home a segunda base ganó un partido alguna vez, dice.  Yo trataba de calcular la distancia entre home y segunda, totalmente impresionada. 

Aprendí a a apreciar el efecto que le dan el pitcher a  algunos tiros para que la bola cambie su trayectoria en el último segundo y así engañar al jugador para que haga swing y... strike! O el sonido del bate cuando el jugador agarra  la pelota en el momento justo, dándole con toda la fuerza, la pelota sale disparada hacia el jardín izquierdo y se va... se va....se fue!! Te fuiste, Marcelina. Celebrar el jonrón como si lo hubiésemos anotado nosotros. 

Mi hermano y yo jugábamos en el jardín de las casa a "bolear". Teníamos guantes de juguete, con una esponja delgadísima y forrados de cuerina, por lo que la pelota te pegaba durísimo cuando la agarrabas. Era el precio que tenías que pagar por agarrar una out. Y yo me moría por agarrarla, aunque me doliera la mano. 

Hasta el día de hoy sigo disfrutando de los juegos de beisbol,  ya sea  viéndolos sola en casa o reunida con mi hermano o mis amigos, ahora en torno a una pantalla plana de 42 pulgadas, mientras reímos, platicamos, hacemos chistes y tomamos un trago. Mi papá sigue atento a la tabla de posiciones de las ligas mayores y yo me pregunto si alguna vez podré ver un juego de beisbol sin pensar en él.


Playball, papá.




miércoles, 14 de junio de 2017

Dejé mi corazón en Salt Lake City

Una de las cosas que te sucede cuando estudias medicina es que te ves obligado a moverte y vivir en muchos lugares durante la carrera. Entre electivos, rotaciones en diferentes hospitales dentro y fuera de la ciudad capital, ejercicio profesional supervisado y tener que salir del país si quieres seguir estudiando, te conviertes en nómada por un buen rato, aproximadamente ocho o diez años de tu vida. Esto te abre la mente de una forma que pocas cosas lo pueden hacer. 

Entre las vueltas que da la vida, se me presentó la oportunidad de estudiar fuera de Guatemala, en Salt Lake City, Utah. Conocí por primera vez a los doctores de Utah cuando visitaron el hospital escuela donde hice mi residencia. Ellos venían a Guatemala a impartir clases de radiología pediátrica como actividad voluntaria, esperando que los residentes aprendiéramos y aplicáramos estos conocimientos,  sin recibir nada a cambio. Durante estas visitas, logré hablar con ellos y les manifesté mi interés por hacer mi electivo en su hospital, a lo que ellos, sin pensarlo mucho o poner peros, dijeron que sí.  

Así que durante el electivo del posgrado fui por primera vez a Salt Lake City y al hospital pediátrico durante 6 semanas. Nunca había estado en esa ciudad, y creo que fue amor a primera vista. Tanto que, luego de terminar la residencia, regresé por un año más.

Salt Lake City se sitúa en un valle, rodeada por montañas donde, dependiendo la estación que sea, se puede esquiar  en la nieve o caminar por los senderos, respirando aire puro y rodeada de naturaleza. 

La ciudad es relativamente pequeña, muy ordenada y segura. En el centro se sitúa el Templo Mormón, que realmente parece un pequeño castillo, y se ve precioso iluminado de noche. Es una ciudad muy verde, llena de árboles y flores. Puedes caminar por todos lados a cualquier hora sin preocuparte por que te pase algo. No hay mucha vida nocturna, pero hay restaurantes muy buenos, cafeterías y pequeñas librerías en cada esquina.



Recuerdo que me encantaba salir a caminar sin rumbo fijo, explorando las calles a ver qué encontraba. Usualmente me cansaba de caminar y tomar fotos, me sentaba en una pequeña cafetería con un libro que nunca compraba y pedía un café. Leía el libro hasta que se me terminara la bebida y luego, caminaba de regreso a casa.
La mayoría de la población en el estado de Utah  es mormona, una religión que despierta sentimientos encontrados en muchas personas, sin embargo, la mayoría de los mormones que conocí son  muy buenas personas, orientados hacia su familia y comunidad, sin vicios.  Personas trabajadoras, tratando de hacer lo mejor que pueden con su vida, y sin tomar café. Admirable. 

El Primary Children's Medical Center, es un hospital  enteramente pediátrico, con especialistas reconocidos a nivel mundial, autores de libros y estudios científicos, cuenta con tecnología de punta y es centro de referencia para toda la costa oeste de los EEUU. Es hospital escuela, trabajando de la mano con la Universidad de Utah, y su respectivo hospital, cuenta con posgrados de casi todas las especialidades.

En la unidad de radiología pediátrica, donde yo estaba, habían quince radiólogos que se encargaban de los estudios de todo el hospital. Se dividían los estudios según su subespecialidad o gusto personal,  y se iban rotando para que todos vieran todo tipo de estudios. El equipo de trabajo era realmente eso, un equipo, trabajando para poder brindar un diagnóstico oportuno y certero, siempre poniendo al paciente primero. Era excepcional el día en que un radiólogo pasara en su escritorio sin hablar con sus colegas. 

Todos se consultaban casos entre sí todo el tiempo. Me decían "Vamos a preguntarle su opinión a los colegas, yo la verdad no sé que es esto... quisiera consultarlo con alguien más".  Me sorprendía la humildad que tenían en reconocer sus límites, que nadie sabe todo, que nadie esta exento de equivocarse, y la naturalidad con que se apoyaban los unos en los otros. Luego ya con la opinión de uno o dos colegas, regresaban a su escritorio, sacaban el libro que ellos  o algún colega había escrito años atrás y leían nuevamente lo escrito antes de llegar a una conclusión.

Además de la carga de trabajo con la que contaban, que no era poca, tenían a su cargo residentes de radiología, pediatría y fellows. Casi siempre se veía a un médico con uno o dos personas siguiéndolo por toda la unidad, yo incluída. A la mayoría de ellos les encantaba enseñar y eran excelentes maestros, siempre con un buen sentido del humor y paciencia. Compartían su conocimiento con todos, contagiando a los que escuchábamos con su pasión por lo que hacían, admirando la complejidad del cuerpo humano, su belleza, y también, la crueldad de algunas patologías.

Estando allá, tuve un pequeño accidente y me hice un esguince en el pie. Tuve que andar con una bota por 5 o 6 semanas. Era bastante molesto e inconveniente, ya que yo me transportaba en bus y era época de nieve, así que varios de los maestros y algunos técnicos se turnaban para darme halón. Uno de los maestros me acompañó al médico y, antes de dejarme en casa, me compró una sopa y pan, para que no tuviera que preocuparme por cocinar esa noche. El pie no me dolía tanto, pero con el frío del invierno, y estando lejos de casa y de mi familia, la sopa calientita me pareció la mejor del mundo.

El día domingo usualmente alguno de los doctores me invitaba a cenar. Compartían mi gusto por la cocina y comer bien. Los que no eran mormones, disfrutaban de tomar vino y buen café. Así que cocinábamos diferentes platillos, y hasta intenté cocinar comida guatemalteca para que pudieran probar un poco. Nótese que digo "intenté" porque mi Pollo en  Jocón fue un fiasco, aunque ellos dijeron que estaba bueno, y lo comieron de buena gana. Al menos los rellenitos de plátano sí me quedaron buenos y le hicieron un poco de justicia a la gastronomía chapina.

Además de estudiar, conocí todos los museos y parques, fui a la ópera, recorrí en mi bicicleta la ciudad y hasta fui al festival de cine de Sundance. Me disfruté cada momento, desde morir del calor en el verano, caminar pisoteando las hojas secas en el otoño,  hasta apalear la nieve de la acera frente a mi casa en invierno. Todo era una aventura, quizás saber que no iba a durar para siempre me hacía disfrutar lo bonito de cada momento.


Aprendí mucho durante ese año, aunque hubiese querido poder aprender mucho más. Todos los doctores se empeñaron en enseñarme lo más posible, decían que enseñarme a mí y a los demás estudiantes era su manera de proyectarse al mundo, de expandir el conocimiento, de contribuir al avance de la humanidad.
Aunque su conocimiento científico era impresionante, lo que más me impactó fue su calidad humana; la calidez  y respeto con la que se dirigían a los pacientes, su generosidad, la paciencia que tenían conmigo, su gusto por compartir su conocimiento y cómo me brindaron su amistad sincera. Me enseñaron qué tipo de profesional y de persona quería ser. Los mejores maestros no solo enseñan, sino te inspiran. 


Tal vez algún día, si reencarno en mis próximas tres vidas en un radiólogo, pueda saber tanto como saben ellos. Sólo puedo esperar que nunca se me agote la curiosidad y el deseo de seguir aprendiendo cosas nuevas. Y cuando tenga la oportunidad, pueda compartir lo que he aprendido con otras personas como ellos lo hicieron conmigo. Estaré por siempre agradecida con todos los médicos que se involucraron en mi aprendizaje, Salt Lake City siempre será un lugar especial para mi, y nunca olvidaré lo que los maestros me enseñaron: el conocimiento cuando se comparte, no se agota, sino se multiplica. 








martes, 2 de mayo de 2017

Un estilo de vida más saludable

Pensé mucho antes de empezar a escribir este texto. Sabía que quería escribir sobre el tema de bienestar, salud, ejercicio, dieta. Pero a la vez pensaba "¿Y quién soy yo para hablar del tema?" Un pensamiento que me ha impedido escribir sobre otras cosas y que me ha impedido hacer muchas otras. Estoy segura que hay muchas personas con mucho más conocimiento y con mucha más experiencia para hablar del asunto. Después de todo, heme aquí a mis casi 35 años y todavía sigo luchando con las libritas de más que me persiguen desde que tengo memoria. Luego, pensé, "Bueno, empezaré por ahí."  Así que esto no es más que una pequeña reflexión de cómo empecé con este proceso. Sé que no soy la única persona que ha tenido este problemita, así que si de algo les sirve mi experiencia, me doy por servida. 

Como les digo, he estado en esta constante lucha conmigo misma desde siempre. No pretendo venir a decirles qué hacer o darles la "fórmula mágica" que me ayudó a perder 50 lbs y alcanzar mi peso ideal. Me gustaría, pero no estoy en mi peso ideal. Más bien, temo que les tengo malas noticias: no existe una fórmula mágica para este asunto. 

El día que decidí que era suficiente fue un día que me levanté de goma, sientiéndome la peor persona del mundo por haber bebido y comido en exceso la noche anterior, me subí a la balanza de mi baño y "ups!" apareció un número ahí que nunca había visto antes. Nunca había pesado eso. En mi vida. Luego de tener una mini crisis nerviosa-depresiva, logré controlarme lo suficiente como para llegar a una simple conclusión "Bueno, puedes seguir ignorando este tema o puedes hacer algo al respecto"

Realmente sólo había dos opciones: seguir igual o cambiar algo. Así que decidí que era mejor hacer algo hoy, que dentro de un año, cuando pesara 5, 10 o quién sabe cuántas libras más. Pensé cómo me quiero ver en diez años. Y no me refiero sólo al aspecto físico, sino a como me quiero ver a mí misma. ¿Me quiero ver feliz? ¿Sana? ¿Activa y fuerte?  Sí, quiero ser capaz de viajar y caminar grandes distancias conociendo cosas nuevas sin que eso signifique que al siguiente día no me puedo mover. Quiero poder tomar una bicicleta y conocer una ciudad sin morir en el intento. Quiero poder nadar en el lago. Quiero poder hacer todo lo que quiera hacer. 

Dicen que lo más difícil es empezar, y lo creo. Primero, debes aceptar que estas haciendo algo mal, cosa que nunca nos gusta. Aceptar que comes mal, que eres una haragana y que la verdad ya no te ves tan bien como crees. Aceptar que te cansas cuando se arruina el elevador de tu edificio y tienes que subir las gradas hasta tu casa. (Mas bien, que llegabas con la lengua de fuera). Aceptar que quizás sí tomas mucho más vino del que deberías. Aceptar que estas jodida y que no sabes por dónde empezar.

Lo segundo es idear un plan. En mi caso, no había dejado de hacer ejercicio "oficialmente". Estaba yendo al gimnasio con unos amigos, pero por el horario me agarraba el tráfico y no me daban ganas de ir. Luego intenté ir en la mañana, antes del trabajo, pero soy dormilona y nunca me levantaba a tiempo. Cuando me dí cuenta, había pasado más de un año y yo no había hecho ejercicio regularmente. Además, había descuidado mi dieta considerablemente y la balanza lo reflejaba. Decidí que era tiempo de dejar de engañarme a mí misma diciendo "mañana sí me levanto temprano al gimnasio". Mentira, no iba a suceder.  Mejor, busqué un gimnasio que tuviera clases por la tarde, cuando el horario me es más cómodo. Eso es clave. Para que el ejercicio se vuelva parte de tu rutina tiene que resultarte conveniente. No sirve de nada que te fascine el tennis, si las canchas más cercanas te quedan a una hora o más de camino. O que te encante nadar, pero nunca vas porque te da demasiada pereza andar con las cosas mojadas todo el día dentro de la mochila.  Tienes que buscar qué opción se adapta mejor a tu estilo de vida y tus horarios. Si no es el gimnasio ideal, el ejercicio ideal, el deporte de tus sueños, pero te queda cerca, te gusta lo suficiente y te funciona, es un buen inicio. 

Luego de conseguir el gimnasio, tenía que empezar la dieta. Esto de la dieta siempre trae una connotación negativa, pero no debería ser así. La dieta es simplemente aprender a comer mejor.  No es morirse de hambre, no es dejar de comer lo que te guste para siempre, simplemente, es comer de manera más consiente. Muchos gimnasios y nutricionistas te dan una dieta super estricta para que veas resultados rápidos. Genial, pero una dieta muy prohibitiva no es sostenible a largo plazo. Lo mejor es que aprendas a identificar qué comer, en qué cantidades, con qué frecuencia, y empieces a jugar con eso. 

¿Les digo un secreto? La dieta es la parte más importante y la más difícil de llevar  una vida saludable. Si haces ejercicio, pero no haces dieta, no llegas a ningún lado. Y el trabajo que implica tener que planificar tus comidas, cocinar, dejar la comida lista para el día siguiente, llegar a tu casa y lavar los platos, y repetir todo el proceso de nuevo, es el trabajo más duro. Esa es la parte donde se pone a prueba tu paciencia, perseverancia y enfoque. Personalmente, las primeras semanas cocinaba casi todos los días platos elaborados, deliciosos y nutritivos. Después me di cuenta que si quería seguir comiendo sano, debía simplificar el proceso, o lo iba a dejar. Me enfoqué en cocinar platos sencillos, pero ricos, y que se pudieran almacenar al menos 2 días en la refri. Así cocinaba solo 2 o 3 veces máximo a la semana, aunque comiera la misma comida un par de días. No es de muerte. 

Por último, y una parte bastante importante del proceso, es rodearte de personas que anden en el mismo rollo que tú. Hablar con tus amigas de el nuevo smoothie que encontraste en pinterest y que vas a probar hacer mañana para el desayuno o con tu novio (me imagino, pues, me han contado) del nuevo ejercicio que te pusieron a hacer en el gimansio; esas cosas te hacen más fácil el cambio que si te sientes sólo luchando contra la corriente.  Ir acompañado por un amigo al gimnasio, lo hace más llevadero. Contarle a otra persona cuando alcanzas una pequeña meta y que se alegre contigo, te motiva aún más. Olvídate de las personas que te ven raro, feo o que no creen que puedas cambiar. Demuéstrales que sí puedes, pero más importante que eso: demuéstratelo a ti mismo. 

Me gustaría contarles que ya llegué a mi meta. Que ya adelgacé las libras que me había propuesto y que me compré el vestido talla dos con el que siempre había soñado. Lamentablemente no es así.(Tampoco pretendo comprarme un vestido talla dos). Pero, sigo en el proceso, todos los días luchado para encontrar ganas de ir al gimnasio, resistiendo al pedazo de pastel que me ofrecieron en la oficina. Esa es la meta en sí. Tener un estilo de vida más saludable. Al menos, ya no me canso (tanto) subiendo las gradas a mi casa, me siento más fuerte y ágil, más contenta y balanceada. Al verme en el espejo me gusto más.  

Una amiga muy sabia me dijo "Es un día a día" y es cierto.  La vida es un día a día. Día a día debes de seguir con tu empeño, día a día comer sano, día a día ejercitarte. Claro, habrán días que te gana el sueño y te vas a tu casa en vez de al gimnasio, o te comes el pedazo de chocolate. Pero eso también esta bien, no vas a tirar todo tu esfuerzo  y olvidarte de tu meta por un momento de debilidad. Ten compasión de ti mismo y date crédito.   Después de todo mañana es otro día y puedes seguir caminando hacia tu meta. Un paso a la vez, un día a la vez.